A la sensación de victoria y el dolor renovado por los seres queridos caídos bajo otros cielos, se unió desde aquel inolvidable 7 de diciembre de 1989 el consuelo de tener aquí sus restos y un lugar digno para rendirles homenaje
(…) El día que ya nuestra presencia no sea necesaria aquí, solo nos lo podrá ordenar el pueblo de Angola (…) Y (…) cuando los cubanos dentro de ese marco se retiren de Angola, no nos pensamos llevar ni el petróleo, ni los diamantes, ni el café, ni nada. Nos llevaremos solamente la amistad indestructible de este gran pueblo, y los restos de nuestros mártires. General de Ejército Raúl Castro
Todo comenzó prácticamente con el inicio de la Operación Carlota, de ayuda militar masiva de Cuba a la República Popular de Angola, a partir del 11 de noviembre de 1975, día de la proclamación de independencia, cuando en decisivos combates empeñados en las direcciones norte, nordeste, sur y sureste, las tropas internacionalistas cubanas, junto a las del Movimiento Para la Liberación de Angola (MPLA) combatieron a grupos armados internos, a mercenarios blancos y a fuertes contingentes de Zaire, Zambia y Sudáfrica, hasta derrotarlos de forma sucesiva.
En aquellos combates casi desesperados, librados incluso antes del 11 de noviembre para salvar a Luanda y a la revolución angolana, murieron cubanos y fue una preocupación desde el primer día la identificación y traslado de sus restos a lugares seguros con el propósito ineluctable de traerlos un día de vuelta a la patria, entregarlos a sus familiares y rendirles el merecido tributo.
Catorce años después, y luego de la debacle del ejército racista surafricano y sus fantoches de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) en Cuito Cuanavale y en el frente sudoccidental, inmediato a la frontera con Namibia, se iniciaron negociaciones entre las partes que aseguraron en lo inmediato la retirada definitiva de las fuerzas de África del Sur del territorio angolano y el reconocimiento de su soberanía.
Los acuerdos de la Conferencia Cuatripartita, suscritos en Nueva York por Angola, Cuba y Sudáfrica, con la intermediación de Estados Unidos, contemplaban también la retirada progresiva de las tropas internacionalistas cubanas, proceso que se inició a finales de 1989 y se extendió hasta 1991.
Precisamente en 1989, una vez establecidas las premisas de la paz, se dieron las condiciones para traer de vuelta a Cuba a los 2 016 compatriotas caídos en Angola, para entregarlos a sus familiares y honrarlos, junto a los 160 que perecieron en Etiopía y a los 113 fallecidos en otros países.
Para las familias de los 2 289 cubanos caídos bajo otros cielos, la pérdida de sus seres queridos resultó una experiencia traumática que el paso de los años apenas ha podido atenuar.
EL SACRIFICO TIENE MUCHOS NOMBRES
Iraida Antonia García Borroto, madre del mártir Alfredo Tomás Calzada García, no quiere ni acordase del 10 de agosto de 1983, fecha que ella define como “el día más triste de mi vida”, porque precisamente ese domingo le llegó la infausta noticia.
Alfredo había fallecido en Cangamba el 4 de agosto, destrozado por una granada de mortero que impactó directamente en su trinchera, convirtiéndose en el primero de los 18 cubanos caídos en esa histórica batalla, ganada por criollos y angolanos frente a fuerzas muy superiores de la UNITA y Sudáfrica.
Recuerda Iraida que ella estaba en su casa: “Tocaron a la puerta, abro, y a través de la puerta de malla veo al compañero Urquiza —coronel Ángel Moreno Urquiza, ya jubilado— y a Vizcaíno, de atención a combatientes en el municipio de La Sierpe, y detrás de ellos un grupo de vecinos.
“No hizo falta más para saber de qué se trataba. No quiero recordar aquellos momentos terribles… Creo que no hay palabras que describan el dolor que sentí. Luego, poco a poco fui asimilando que Alfredo había ido a Angola por su propia voluntad, fue su decisión y yo la respeté, aunque la noticia de su muerte fue un golpe muy difícil de aceptar por una madre”.
Esta recia mujer, hoy con 91 años, vivía con su familia en Natividad, La Sierpe, cuando ocurrió esa desgracia. Ella tuvo cuatro hijos; Alfredo era el tercero en orden de edad y tenía 19 años en el momento de su muerte. “Yo trabajaba en el central 7 de Noviembre como operadora en la planta de radio del puesto de mando. Estaba en mi trabajo cuando él partió para Angola.
“Alfredo fue un niño ejemplar, dicharachero y ocurrente a quien le gustaba mucho hacer bromas. Hoy siento consuelo porque murió en combate, defendiendo la causa de tres pueblos africanos y porque aquella batalla importante fue ganada en muy difíciles circunstancias”.
¿Qué recuerda usted de la Operación Tributo?
“Bueno, en diciembre de 1989, seis años después de la pérdida de mi hijo, nos llevaron a La Habana a un grupo de padres. Allá nos alojaron en un hotel, donde nos visitaron todos los dirigentes principales de la Revolución.
“El 7 de diciembre de 1989, nos trasladaron a El Cacahual, donde descansan los restos del General Maceo y su ayudante espirituano Panchito Gómez Toro, para la ceremonia nacional de homenaje a los internacionalistas cubanos caídos bajo otros cielos. Simultáneamente, se efectuaron actos similares en las demás provincias y municipios del país, donde residían estos mártires.
“A mi esposo y a mí nos trajeron esa propia noche para La Sierpe y a las ocho de la mañana del día 8 ya estábamos en el cementerio local, junto a nuestra familia y a todo el pueblo para la ceremonia de inhumación. Meses después, en 1990 los restos de Alfredo Tomás, se trasladaron para el Panteón de los Caídos por la Defensa en el cementerio de Sancti Spíritus”.
OTRA HISTORIA ENTRE MUCHAS
Mucho trabajo ha pasado Julia Anglada Valle para criar a sus dos hijos, que quedaron huérfanos con uno y ocho años de edad, respectivamente, cuando su padre, el obrero de la construcción Héctor Betancourt Dreke, cayó en una emboscada el 5 de julio de 1979 en la provincia angolana de Kwanza Norte, a donde había ido a cumplir una misión por lo civil. “Yo recibí esa noticia terrible el 7 de julio, pasadas 48 horas del hecho y le digo que una nunca termina de recuperarse”, expresa Julia.
“Cuando Héctor cayó —añade— a mí me visitaron compañeros del Partido. Mi dolor fue aún mayor porque no pensé entonces que estando tan lejos podría tener un día aquí sus restos para rendirle tributo. Nosotros siempre hemos vivido en Sancti Spíritus, pero él era de Santa Clara”.
Julia, quien labora actualmente en el Museo de Ciencias Naturales de la villa del Yayabo, trabajaba cuando aquello en la Dirección Municipal de Cultura. Ella refiere que su esposo pertenecía a la entidad constructora ECOI- 7, y que hoy se le considera un mártir del sector e incluso en la sede de esa entidad existe un busto a su memoria.
¿Cómo se entera usted de la Operación Tributo?
“En 1989, 10 años después de la muerte de Héctor se nos informó que el país haría todo para repatriar los restos de los caídos en misiones internacionalistas, y así fue. Recuerdo que el 6 de diciembre de 1989, a las 6 de la tarde, nos llevaron para la Escuela Serafín Sánchez, aquí en Sancti Spíritus, para velar los restos de los caídos que serían sepultados a las tres de la tarde del día 7 en ceremonias simultáneas en todo el país.
“Allí se reunieron muchas familias, entre ellos la de Héctor y la mía. Fueron momentos muy duros y de mucha tensión. Aquello impactó mucho a mi hijo mayor, Héctor Luis, quien ya tenía 18 años. Él quiso dejar de estudiar para hacerse recluta e ir a Angola a vengar la muerte de su padre, por lo que tuve que llevarlo al psicólogo.
“Noelvis el más pequeño, que había cumplido 11, no podía sospechar entonces que andando el tiempo sería profesor en esa escuela donde vivió emociones tan fuertes. Hoy mis dos hijos recuerdan a su papá —el más pequeño por referencias—, pero siempre lo tienen presente y acuden sin falta cada año a los actos conmemorativos de la Operación Tributo”.
SÍNTESIS DE UNA EPOPEYA
En términos generales, Sancti Spíritus dio una importante contribución a la preservación de la independencia angolana, pues allí cumplieron misiones miles de sus hijos y 119 ofrendaron la vida. Por Angola pasaron en total 377 033 combatientes cubanos, de ellos, 56 622 oficiales y alrededor de 50 000 cooperantes civiles.
El General de Ejército Raúl Castro en un discurso pronunciado el 27 de mayo de 1991 en El Cacahual, al dar por concluida la Operación Carlota, expresó: “Honramos sobre todo a los compañeros que no sobrevivieron para ver la victoria porque la fecundaron con su sangre. Ellos figurarán siempre entre los hijos más entrañables de la patria. Ante su ejemplo imperecedero inclinamos nuestras frentes”.