Por: Daisy Martín Ciriano
Cuando más se busca en las tradiciones campesinas del siglo pasado y un poquito más, mejor se conoce la grandeza de cada costumbre, muchas de ellas ya desaparecidas.
Hoy casi nadie, conoce de las vicisitudes que atravesaban los hombres dedicados a las labores del campo, en tiempo muerto. Muchos de ellos tenían que sustentar a sus familias y sin embargo no aparecía trabajo en las sitierías, ni en otros lugares. Entonces muchos de ellos hacían sus jolongos y marchaban por las diferentes zonas, buscando cualquier jornal que le aportara algunos centavos.
Como ese período podía extenderse, llevaban consigo las ropas de trabajo e instrumentos, pero además una hamaca para sí necesitaba quedarse a dormir en el lugar donde encontrara trabajo. Estas piezas eran muy rústicas, con hicos resistentes y dos argollas para deslizar la soga con que eran atadas al horcón de la casa.
Muchas veces los campesinos que ofrecían el empleo tenían un rancho destinado a los trabajadores eventuales y allí cada uno sacaba su dormitorio portátil y echaba sus siestas después de las duras faenas del día.
Después de concluido el período de trabajo cada hombre emprendía el camino en busca de un nuevo trabajo o se regresaba a su hogar, para dejar su dinero para el sustento de la familia. Muchos de estos hombre, en ocasiones s, llevaban consigo a los hijos mayores, de los que muchos no sobrepasaban los 14 años, pero a edad ya tenían que aportar a la manutención de sus hermanos. ¡Qué tiempos! Y pensar que hoy esa tradición de dormir en hamacas se reduce al tiempo de ocio o de refugio en playas o campismos. Ahora esa pieza es de un material fresco, muchas veces tejidas con gruesos hilos multicolores, muy alejada de la lonilla o del saco de henequén como las hacían las mujeres campesinas.