Amor de madre, es un amor cargado de compromiso, sin que el amado lo exija, sin fin en el tiempo, sin pedir que la amen a cambio de su querer.
Por: Lillipsy Bello Cancio
Debo confesar que cuando se me encargó dedicarle a las madres una crónica en este su día, el segundo domingo de mayo, sentí el temor que pocas veces he experimentado: ni atravesar un río crecido por las intensas lluvias que ocasionara un huracán, ni pasar un puente en peligro de derrumbe, ni el debate (irrespetuoso y ofensivo) que puede suscitarse en las redes sociales se compara con el encargo que mi director me dejara la calurosa tarde del pasado lunes.
Buscar una historia interesante y atractiva no era el problema; encontrar madres valerosas y únicas era la arte más fácil; enaltecer la obra de mujeres cuya ocupación mayor y más sublime se ha resumido en ayudar a crecer a otro o a otros era “pan comido” (no para esta humilde periodista, sino para cualquier ser humano con la más elemental capacidad de observar a su alrededor).
Difícil era decidir cuál historia pidiera tener el elemento más atractivo y por qué, disponer quién lo había hecho mejor: si la madre del médico que salvó a la hija de una vecina, la del joven que ha estado tres veces durante catorce días en zona roja, o la del joven oficial que identificó, atrapó y puso tras las rejas el bandolero que quemaba las casas de tabaco de los campesinos… ardua era la tarea de encontrar las palabras exactas en medio del tan prolífero y amplio idioma español.
Por eso es que, más allá de indicaciones, deseos y deberes pensé: ¿y por qué no enaltecer a la abuela que allá, en medio de la “nada”, adoptó al nieto con apenas tres meses de nacido y lo convirtió en hombre de bien, revolucionario convencido y padre a prueba de todo?
¿Por qué no dedicarle un párrafo apenas a la sencilla amiga, cuya tez oscura, oscurísima le iluminó el alma lo suficiente como para glorificar la madre que, sola, formó cuatro hijos todos excelentes seres humanos, inmejorables profesionales, insuperables amigos, madres, vecinos y que le enseñó la fuerza suficiente para enfrentar la vida, hacerse una vida y formar muchas otras?
¿Cómo voy a negarle un par de letras a aquella, a la que Madre Natura le negó la capacidad de crear en su vientre y mudó a su alma el genio para fundar, con la suficiente esencia como para asumir a la pequeña de su prima o de su hermana o de la vecina, y hacerla suya, moldearle el aliento, engrandecerle el espíritu?
Este domingo no puedo arrinconar a quienes constantemente (sin cambiar saya por pantalón), asumen responsabilidades de papá y mamá, y han tenido que aprender a cambiar un tomacorriente con la misma destreza que un pañal, cargar una jaba de malanga con la misma fuerza que un bebé, y deshuesar un pollo con la misma maestría con que hace un par de moños.
¿Y qué de las abuelas consentidoras?, ¿dónde dejo a las tías confidentes?, ¿a dónde van a parar las vecinas casi hermanas que se convierten en madres de los hijos de la doctora de la esquina que está de misión allá lejos, donde un “bicho” invisible, cruel, mortal provoca dolor, arranca vidas, entumece hálitos?
Ya sé que habrá muchos que pensarán que no bastan un día, una crónica y un montón de letras para definir el que (cursilerías aparte) ha sido considerado el más sincero, glorioso y constante amor entre todos los amores… no serán pocos los que se queden con ganas de más al final de estos párrafos… mis amigas, las que me escuchan, tendrán ahora mismo el rostro empantanado y los ojos inundados…. Usted, que me escucha, al mejor se quedó esperando que yo también le provoque el recuerdo de su madre, la estampa de la abuela, la memoria de unos días que ya, hace mucho tiempo, dejaron de suceder…
Y es que eso son las madres: necesidad (a pesar de la ausencia), urgencia (a pesar del tiempo eterno), eternidad a pesar de la finitud de su existencia… el de las madres es un amor sin expectativas, sin aviso, culpable de los más grandes temores… un amor de los “porque quiero amarte”… aunque no tenga derecho, sin ningún permiso…
Otras publicaciones de la categoría: