Gracias al empeño de muchos cabaiguanenses se rescató la Torre de Yero, única edificación del siglo XIX de ese territorio. Artistas e intelectuales y habitantes de la zona colaboraron en su restauración
Por: Xiomara Alsina (Tomado de escambray.cu)
Definitivamente los misterios, leyendas e historia que rondan la única edificación del siglo XIX existente en Cabaiguán inciden en que, a la vuelta de casi 200 años de existencia, en el sitio donde está enclavada todavía se respire un ambiente místico que envuelve y llama la atención de cualquier visitante.
La Torre de Yero, sostenida sobre columnas de ladrillos hechos a mano, mira hacia la eternidad en medio de un paisaje campesino, en el patio de la casa que la resguarda desde hace años, para señorear como testigo del tiempo, ahora con un traje nuevo que la hace lucir única y bella.
Fueron los artistas e intelectuales de Cabaiguán quienes más empuje mostraron para que, luego de tres largas décadas de espera, le devolvieran su esplendor.
De eso da fe Mario Luis López Isla, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en el municipio, quien se enorgullece de la labor realizada junto a sus colaboradores.
“Comenzamos una campaña promocional por la radio —explica— tratando de concientizar a los decisores y al pueblo, pero finalmente, a propósito de un cumpleaños de Fidel, logramos la terminación de la Torre de Yero, con su campana original de regreso, para orgullo de todos”.
A diferencia de las edificaciones de Sancti Spíritus, Trinidad y Remedios, pertenecientes a la misma etapa colonial, en Cabaiguán los inmuebles del siglo XIX eran de madera, quizás por eso la Torre de Yero sea mucho más valiosa, al lograr sobrevivir y mantenerse en pie, a pesar de las inclemencias del tiempo y el paso de los años.
En la década del 80 del siglo pasado, integrantes del Grupo Espeleológico Caonao la descubrieron casi convertida en ruinas. Cuentan que en una ocasión la cúpula quedó destruida cuando un rayo impactó sobre la campana, que luego fue trasladada hasta la Iglesia de La Caridad, de Sancti Spíritus, para su conservación.
Investigaciones realizadas enmarcan esta edificación entre los años 1830 y 1840, en medio de un paraje campestre donde había esclavos que se dedicaban a la producción azucarera y la ganadería. Pero otros aseguran que su campana era utilizada como un medio de comunicación para emitir avisos en caso de incendio en la zona o cualquier otro problema, y también para llamar a los esclavos y trabajadores hacia la casona de la entonces hacienda.
La torre debe su nombre a Nicolás Yero, uno de sus propietarios, quien vivió en la finca Jesús María José, la cual está situada en la zona de Cayajaca, a muy pocos metros del río Tuinucú, pero igualmente atesora una significación histórica, pues en ella existió un heliógrafo durante la guerra contra el ejército español, razón por la cual, en junio de 1870, los mambises tomaron la finca y la quemaron, al conocer de la presencia de un destacamento militar en ese sitio, incendio del que solo se salvó la torre, todavía con huellas de los balazos recibidos en aquella ocasión; estos hechos se tuvieron en cuenta por el Ministerio de Cultura para otorgarle la condición de monumento local, único de su tipo en el territorio de Cabaiguán.
“Durante el proceso de restauración —asegura López Isla— no pudimos reconstruir la cúpula debido a la falta de información gráfica o documental que demostrara su estructura original, aunque se habla de que estaba hecha de ladrillos, entonces se acordó colocar la campana sobre un arquitrabe interior para que permaneciera allí como en sus inicios, por lo que ahora la estructura, sin el arco superior, mide unos 10 metros de altura.
“Excavaciones arqueológicas realizadas en más de una ocasión revelaron las bases y restos de lo que fue el tejar, el barracón de esclavos, incluso, el pozo ciego que aún está localizado allí, ahora lleno de escombros y sobre el cual ronda la leyenda de que en el fondo hay un esclavo que se lanzó al vacío como castigo y que sale por las noches.
“La primera acción que realizamos fue concientizar a los habitantes de la finca de que el objetivo era cuidar los restos de la torre, haciéndoles ver la importancia del lugar, eso funcionó de tal manera que después se convirtieron en los primeros en colaborar con la conservación, ahora son promotores de este patrimonio”, añade el especialista.
A la vuelta de los años la edificación cabaiguanense trascendió las fronteras literarias del territorio y del país, pues una novela titulada Los misterios de la torre, premio nacional Benito Pérez Galdós, fue publicada en los Estados Unidos por la Editorial Primigenios.
De seguro ahora entiendo por qué dicen que todos esos aparecidos como el güije juguetón que esconde cosas y luego las devuelve, el negro esclavo del pozo ciego, la mulata que merodea el lugar o el viejo que sale entre las sombras siguen ahí, como guardianes del monumento que regresó renovado y perdura como testigo del tiempo.
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