La tarde del 3 de enero del año 2010 enlutó la cancionística cubana, a los cabaiguanenses, a los tabaqueros, a los bailadores y hasta la fiel guitarra lloró recostada al triste piano, ambos instrumentos acariciados una vida entera por el maestro Arturo Alonso Díaz.
Ha pasado una década y su obra musical y autoral sigue vigente, se escucha, está apegada a los hijos de Cabaiguán por quienes luchó y se inspiró el bardo cuya vida quedó truncada a sus 84 años.
El compositor y cantante, padre del himno de este pueblo (Un canto a Cabaiguán), al que le encantaba llamar el ombligo de Cuba por estar situado en el mismo centro de la isla, no desanda sus calles, no se le ve en los bancos del paseo saboreando la brisa y el refugio de las historias de sus conciudadanos, sin embargo todos lo ven, lo saludan, lo miman, es que cuando los buenos se marchan queda su impronta desafiando la muerte.
Alonso Díaz, a lo largo de su vida compuso más de mil trescientas obras musicales, muchas de las cuales fueron interpretadas por las mejores agrupaciones de Cuba, entre ellas, la de Barbarito Diez, La Aragón y la Orquesta Riverside
El maestro nació el 9 de marzo de 1922 en Ciego de Ávila, pero a los tres años su familia se trasladó hacia la antigua provincia de Las Villas en busca de mejoras económicas, residiendo por corto tiempo en Jatibonico y Santa Clara, desde donde parte definitivamente a Cabaiguán, sitio donde crea su obra artística.
En los momentos del fallecimiento, Arturo, ya era considerado símbolo de la cultura local, lo cual se confirma con su partida y el amor que todos profesan, su voz seguirá entonando “Un Canto a Cabaiguán” y su corazón late en las nuevas generaciones que reafirmar el orgullo de haberte tenido.