La MSc. María Ofelia Rodríguez, investigadora del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana considera que “No toda familia puede ser considerada transnacional, aunque tenga miembros residiendo en dos o más estados nacionales. “Se convierte en transnacional, cuando esos lazos son lo suficientemente fuertes y adquieren estabilidad en el tiempo. Son familias que se sienten y perciben como una unidad común, independientemente de dónde están residiendo sus miembros”.
Por: Lillipsy Bello Cancio
Los movimientos poblacionales alrededor del mundo han sufrido un aumento y auge considerables debido a diversos factores que van desde causas económicas, expectativas de mejores condiciones de vida, reunificación familiar, rol de las redes familiares y sociales, hasta las ventajas comparativas de la inserción laboral y socioeconómica entre las sociedades de destino y origen, algunas de las cuales también se presentan en Cuba.
Y es que, más allá del “¿Te enteraste quién se fue?”, el fenómeno de la emigración cubana ha generado (no desde hace un par de meses, ni tan siquiera un par de años), sino desde décadas más distantes, el surgimiento de un término que ahora mismo sorprende por su inclusión en el proyecto del Código de las Familias: y aquí me refiero a eso que escuchamos como “FAMILIA TRANSNACIONAL”.
¿Y qué es una familia transnacional? Pues, al decir de la MSc. María Ofelia Rodríguez, investigadora del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, “Una familia se convierte en transnacional, cuando esos lazos son lo suficientemente fuertes y adquieren estabilidad en el tempo. Son familias que se sienten y perciben como una unidad común, independientemente de dónde están residiendo sus miembros”.
Y de estas, ya sabemos, hay muchas en Cuba, y que se sustentan fundamentalmente en la importancia que adquiere dicha institución para los de la Isla, así como por esa empedernida manía de estar atados a los nuestros aunque nos separen cientos de miles de kilómetros, siglos de civilizaciones tan asimétricos como los de las regiones de origen y destino y un escenario geográfico, económico, social, familiar en particular, e incluso político que puede resultar hasta adverso en muchas ocasiones, sobre todo al principio.
Es este otro ejemplo de que lo más importante en la relación familiar es la persona, no el lugar ni el objeto, más allá de tecnicismos específicos y rigideces legales: si no, que lo confirme aquella abuela que llamó desesperada a esta emisora porque un padrastro quería arrebatarle a su hijo la patria potestad sobre su nieta, amada, cuidada y protegida por aquel, a pesar de la distancia física. Lo establecido en el Título XII del Proyecto de Código de las Familias que todavía tendremos la oportunidad de enriquecer con nuestros criterios no hace más que poner en perspectiva un fenómeno al que no escapa casi ninguna estirpe de la Cuba de hoy: La migración, pues se vive una era de movilidad humana sin precedentes, en la que los migrantes, tanto internos como internacionales, se trasladan a las ciudades y las zonas urbanas, aportan diversidad, conectan a las comunidades dentro y fuera de las fronteras y crean nuevos vínculos entre las distintas localidades, eso sí: al menos los cubanos que se mudan a otros lares, ya sea EE. UU, Alaska o la lejana China, insisten en mantener su vínculo con los “suyos”… con la familia.
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