Hay hombres sencillos que por su honestidad y carisma quedan sembrados para siempre en el corazón de sus pueblos, así corresponde a Emilio Blanco, el hombre que no supo hablar del dolor
Por: Aramis Fernández Valderas
Se hacen pesados los días cuando cargas el fardo del dolor sobre el pecho y de nuevo se suma otro y otro. Ahora miro hacia la izquierda cuando paso el puente de lo que un día fue el centro recreativo club juvenil y te imagino en las labores cotidianas que se fueron acortando como tu presencia por las calles de tu pueblo que tanto amaste y siempre me dabas mil explicaciones para que te entendiera mucho mejor.
Siempre delgado, ágil, amante del deporte y la cultura física conocedor de academia de la disciplina y consagrado durante buen tiempo a ella. Con el paso de los años y la crianza de la familia había que buscar el extra porque alimentar y ver crecer tus muchachos siempre fue un objetivo irrenunciable a lo largo de tu existencia.
Un día me comentaste, “voy a tratar de abrir una sala de video en el cine”; te pregunté, Emilito con qué cuentas para ello, lo hice de manera incrédula porque él era también soñador, pero con los pies en la tierra.
“Con el cine, me respondiste y agregaste, el televisor de mi casa y un video que voy a comprar”. Los trámites se dilataron, fundamentalmente para que se otorgara el permiso por la dirección de cine y cultura, no es en los tiempos de ahora que usted puede alquilar una dependencia estatal y establecer el negocio, cuando aquello era casi imposible.
La conversación se me olvidó y un día me esperabas tras una columna del inmenso edificio del séptimo arte en Cabaiguán, “entra y mira”, me dijo, todo había cambiado no era un solo televisor eran dos y contaba con tremendo banco de películas, entre ellas muchas cubanas.
Por varios años la iniciativa fue fecunda hasta que empezaron a enredarse los trámites y colgó el guante del cinematógrafo pero no el de la vida.
Con los escasos ahorros con que contaba hizo malabares hasta que abrió un punto de venta aledaño a su casa y ese punto le cambió el apellido para el resto de su existencia y empezaron nombrarlo Emilio el del Puntico.
Fue capaz de pasar por encima de la dura enfermedad que lo atacó, siempre la sonrisa demostraba el combate épico, su dulzura no fue perdida, ni los valores tampoco, hoy leo y todas estas remembranzas debo escribirlas para que quienes vengan detrás sepan que Emilio Blanco fue un héroe, un batallador constante un ser humano brillante que el dolor no pudo doblegar hasta que sus fuerzas menguadas pudieron perdieron el último músculo de aquel deportista que encumbrara su juventud y que también adorara el punto cubano y a Virgilio el poeta favorito que le cantó la última espinela.
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