La mujer se ha convertido a lo largo de los años en la miembro de la familia que mayores atenciones presta a la alimentación de su clan
Por: Aramis Fernández Valderas
Hace algún tiempo, cuando nacía una niña, los padres los primeros juguetes que les compraban era una pequeña cocinita, al varón el bate, la pelota y el guante, era como si se destinara desde el vientre a la hembra para el fogón y al hombre para la calle.
Es así que nuestras abuelas y madres, ya no tanto nuestras hijas, han constituido la cantera de frente al calor de la llama de aquellos fogones de leña o de los pikers de petróleo por solo citar algunos.
Lo cierto es que cuando a usted le dicen cocina enseguida se imagina a una mujer dando espumadera e inventando mucho, porque si algo hacen las mujeres en la cocina es inventar para que el resto de la familia coma algo distinto, incluso siendo la misma materia prima.
Las mujeres dedicadas a la cocina, se levantan pensando cómo y qué voy hacer para cuando los nietos lleguen de la escuela, el esposo del trabajo, a veces se acabó el arroz, otras hay dos piezas de pollo para cuatro, pasa un vendedor de la agricultura por la calle, publicitando la habichuela, y desde dentro el hogar otro grito compite con el carretillero, espérate ahí-Habichuelero, le dice.
Compra y se despide, sonríe porque encontró lo que le hacía falta para hacer pollo con habichuelas, ella nunca lo había comido pero debe ser buen plato, al menos alcanza para cuatro raciones.
Es un solo ejemplo, de estos hay miles que enaltecen a la mujer creadora, esa que es una innovadora sin torno, que no lleva las experiencias a ningún fórum de ciencia y técnica, pero que si sirve la mesa todos los días para que a las horas del almuerzo o la comida su familia pueda echarse un bocado en sus bocas.
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