viernes, noviembre 22El Sonido de la Comunidad
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Mil y un gestos de afecto hacia Fidel

Consternación, esa tal vez fue la primera emoción que se nos dibujó en el rostro aquella noche del 25 de noviembre de 2016 cuando interrumpieron la programación televisiva y vimos a Raúl Castro comunicando el fallecimiento de Fidel, una noticia que, por lo entrecortada de su voz y la tristeza de su semblante, muchos la dedujimos antes que él pronunciara palabra alguna.

Fidel

Como nosotros, el amanecer siguiente también despertó consternado; el sol no quiso salir temprano a desplazar a la pesarosa luna del cielo cubano. Las nubes grises reflejaban la tristeza de un pueblo que había perdido a su líder indiscutible. Una colega lo describió así: “Este primer sábado sin Fidel tiene algo de irreal, de poesía de la pérdida, de atmósfera que se mimetiza en el sentimiento de la gente”.

El duelo nació sin fórceps. Antes que el Consejo de Estado de Cuba decretara esa mañana los nueve días de luto nacional, ya la isla caribeña no era la misma. El malecón de La Habana, prácticamente solo; la bandera a media asta; las calles más estrepitosas, sin el bullicio habitual. Un nombre, un perfil comenzó a multiplicarse en las mejillas, los brazos, las fachadas de las casas; en la voz y manos de un pueblo.

Los cubanos asumimos el dolor con patriotismo. Comenzaron vigilias espontáneas en todo el territorio nacional. Nació la idea del Juramento de ser fieles al concepto de Revolución del Comandante, durante aquellas jornadas y más de 7 600 000 compatriotas (dentro y fuera del país) juramos: “Por estas ideas seguiremos luchando”. También lo hicieron 30 000 extranjeros y alrededor de 111 000 amigos de todo el mundo firmaron el libro de condolencias.

Las 21 salvas de artillería disparadas simultáneamente en la Bahía de La Habana y en la de Santiago de Cuba el 28 de noviembre (fecha en que inició oficialmente el homenaje póstumo) y el 4 de diciembre (momento de la inhumación), anunciaban que rendíamos honor a un grande de nuestra historia. Las descargas de cañón desde la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, cada una hora, a partir de las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde, durante 6 días hablaban de la magnitud del dolor y la pérdida.

La Plaza de la Revolución cubana, que tantas veces lo vio erigirse como un gigante moral, lo acogió en su lugar más sagrado, el Memorial José Martí, para que su pueblo le rindiera honores. Frente a un sobrio altar de flores blancas con la imagen de un Fidel erguido y vestido de guerrillero, estuvieron miles y miles de personas. La procesión se prolongó durante 27 horas ininterrumpidas.

De los detalles de esas horas me quedo con la imagen de un señor negro que en sus manos sostenía una plana de Juventud Rebelde con una crónica titulada Retrato amado, del colega Enrique Milanés León; porque él también creyó que Fidel “nos devolvió una Isla de la que apenas quedaban cayos”.

El sentimiento le empañó la mirada a una pequeña de pañoleta azul, como si se tratara de la despedida del abuelo amoroso, que ella sabe ha de extrañar siempre.

Que hermoso ese VIVA FIDEL que alguien, grande o chico, escribió con crayola roja y sin tanto perfeccionismo en la pared del balcón de su humilde casa. Más hermoso aún el gesto de aquel muchacho joven que llevó a sus hijos, uno de ellos en silla de ruedas, probablemente a agradecerle o a pedirle un milagro a Fidel, porque desde otra dimensión de la vida,  de seguro él continuaría cuidando “la esperanza del mundo”.

Después del día 30 comenzó el traslado de las cenizas del Comandante por el mismo itinerario, pero a la inversa, de la Caravana de La Libertad de 1959; el Hasta Siempre del pueblo de Cuba a su guía histórico.

“En el pueblo de Zaragoza, muy cerca de Catalina de Güines, los campesinos dejaron el zurco y las campanas de la pequeña iglesia tocaron a rebato al paso de la caravana. “Adiós, mi Comandante”, gritaron los hombres, mientras los repiques se escucharon hasta que el armón se perdió en la Carretera Central”.

Durante la trayectoria ocurrieron mil y un gestos de afecto hacia Fidel. Qué hermoso el de la guajira que esperó el paso del armón militar subida en un quitrín con un retrato de Fidel y una bandera izada en un asta improvisada en el modesto carruaje.

Familias enteras dejaron el calor hogareño y salieron al borde de la carretera a mostrar sus respetos al que tanto hizo por los pobres de la tierra. Un señor se puso la mano en el corazón. Una madre joven unió las suyas y cerró los ojos en posición de plegaria. Un padre cargó en sus hombros al hijo pequeño que también quería ver lo que todavía no alcanzaba a comprender..

“¿Quién le dijo a la lluvia que podría empañar tan digno homenaje?” ¿Quién le dijo a la noche que podía intentar oscurecerlo? Niños, jóvenes, mujeres, abuelos, discapacitados, embarazadas, enfermos, camagüeyanos y cubanos todos, se mantuvieron firmes como el líder de la Revolución, ante el clima y el anochecer, para darle la bienvenida a la inmortalidad y decirle ‘Yo soy Fidel’”.

Sin complejo un hombre levantó un cartel con el escrito FIDEL TE AMO. Una anciana con marcas de una vida difícil en el rostro sostuvo con su izquierda una foto antigua del barbudo y dos banderas; en la derecha, un pañuelo. Otras abuelas salieron hasta con bastones y andadores a la orilla del camino a darle la última bendición al «que llegó y mandó a parar lo que había que parar».

Ante el rostro de esa mujer que llorando se cuadró militarmente cuando pasó el féretro con las cenizas del Comandante, algunos tragamos en seco. Frente al abuelo que abrazó al nieto para que no sintiera la misma orfandad que él por tal pérdida, todos compartimos el sentimiento.

Del Cabo de San Antonio a la Punta de Maisí se levantaron altares al hijo de Birán. Una anciana le pidió flores a los búcaros, la sábana blanca a la cama y fotos a las Bohemia e improvisó su tabernáculo a la vista del convoy. Una loma gritaba Yo Soy Fidel; las palmas reales también.

Un grupo de guajiros, a caballo, vestidos con sus mejores galas pusieron los sombreros al lado del corazón y alzaron la Bandera de la Estrella Solitaria. Las carreteras iluminadas con el destello de los celulares y velas. Lágrimas, brazaletes, flores, agradecimiento…

Unos 5 000 000 de cubanos despidieron al líder revolucionario a lo largo del itinerario del armón que portó sus cenizas desde La Habana hasta Santiago de Cuba. Todos los agradecidos lo acompañamos y de diferentes maneras le dijimos: Hasta Siempre, mi Comandante.

  • Las citas presentes en el texto fueron tomadas del libro Hasta Siempre Fidel, de Rosa Miriam Elizalde y Ernesto Niebla.

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