Por Yunielkis Pérez Monteagudo
Cabaiguán, 10:45 minutos de la mañana. Una taza de café y una mirada que se escapa por la persiana deja ver la triste realidad de la despreocupación que transita las arterias de nuestro municipio. La confianza pulula por las calles, desde el emblemático parque José Martí hasta la tienda El Álamo.
Al parecer la serenidad del Doctor Durán se ha apoderado de las mentes de los habitantes de la capital canaria en Cuba y sus consejos de no bajar la guardia pasan inadvertidos ante los atrevidos que descansan placenteramente bajo la sombra de los frondosos árboles como si nada estuviera ocurriendo a su alrededor. Ni la radio base de la casa de cultura local es capaz de lograr su propósito que con un mensaje claro, nos convida a quedarnos en casa.
Si bien las colas se han convertido en el lugar para actualizarnos de la situación económica imperante o las penurias de casa, porque no se habla de otra cosa que no sea ¨No hay¨, esta no es la única fuente de entrada al huésped no grato que se ha colado desde Wuhan hasta los más inhóspitos rincones del planeta.
Y es que…. Por absurdo que parezca todo indica que en Cabaiguán la COVID-19 ya no pernocta. Y digo no pernocta porque con lo contagiosa que resulta la enfermedad y con el nivel de indolencia que hay, llama la atención que los casos positivos en el territorio no tengan otros números superiores. De nada vale tomar la temperatura en las aglomeraciones si no se guarda la distancia adecuada entre quienes a ellas recurren. Y es que no se trata de no comprar los tan recurridos insumos de primera necesidad como el pollo, el detergente o el aceite, cuya demanda supera la oferta en la red mercantil.
Duele ver como las autoridades gubernamentales toman las debidas providencias para evitar la propagación del intruso y como en un instante todo lo trazado y logrado lo echamos por la borda. No son tiempos de reuniones de ningún tipo, ni bajo ningún concepto, de eso estamos claros.
Si resistimos a no visitar a mamá en su día, como no vamos a resistir sentarnos en un banco del paseo para ver pasar a las amistades que como nosotros también se están poniendo en riesgo la vida al salir del confort del hogar.
No es menos cierto que alguien debe reaprovisionar en casa los alimentos, útiles y las urgencias que se necesiten pero tampoco es menos cierto que con uno que lo haga es suficiente. Hoy el país invierte cifras millonarias en salarios para que nos cuidemos en nuestro domicilio, eso sin contar, el costo de los insumos médicos, el agotamiento físico del personal sanitario, el riesgo para sus vidas.
De nada vale aplaudir a las 9 de la noche si al salir a la calle innecesariamente nos exponemos a la pandemia por el simple hecho de estar cansados de estar en casa encerrados. Es la existencia humana lo que está en juego y como sentencia un viejo refrán, en la confianza está el peligro y de ese, al parecer, los cabaiguanenses han perdido su noción.