Lo asegura esta mujer que labora desde hace más de 30 años en la Caja de Ahorro en el banco de la comunidad de Iguará, en el municipio espirituano de Yaguajay
Es raro el día en que Wanda Sañudo Pérez no esté en su lugar de trabajo, enredada entre un sinfín de operaciones financieras. Ni los más de 10 kilómetros que tiene que recorrer desde Yaguajay ni los contratiempos del transporte impiden que esta mujer llegue hasta la Caja de Ahorro de la localidad de Iguará, en el norteño municipio de Yaguajay, sitio en el que labora desde hace más de 30 años.
Hasta aquí se traslada en cuanta opción tenga por delante. Wanda no es de las que esperan por la comodidad. Para ella lo más importante es llegar temprano a su centro de trabajo, pues de su quehacer depende la gestión de numerosos clientes. Y es que su sentido de la responsabilidad habla más alto.
Desde los 26 años, cuando puso los pies por primera vez en este lugar, tuvo claro que lograría sus metas a golpe de empeño y entrega. Y lo ha logrado. “Comencé a trabajar en la Caja de Ahorro en noviembre de 1986 y aquí estuve 37 años como jefa de esta sucursal. Al principio me resultó difícil porque yo contaba solo con duodécimo grado, pero a través de seminarios y manuales pude desempeñar mi función.
“La Caja de Ahorro comienza con pocas operaciones porque en aquel entonces no atendíamos las empresas. No obstante, una vez que se incorporaron, aprendimos a trabajar con ellas por los manuales y nos asesorábamos con las otras trabajadoras que habían atendido ese sector”, cuenta Wanda, mientras chequea las tareas del día.
Así, de a poco, desentrañó cada detalle de la labor bancaria. Tanto es así que hoy, con más de 30 años de experiencia en el sector, Wanda es una fuente de consulta obligada ante cualquier gestión. Mas lo logrado no ha sido obra del azar. En cada resultado suyo hay una alta dosis de sacrificio.
“Vivía en Jarahueca cuando empecé a trabajar en Iguará. Tenía una niña chiquita que la dejaba con una cuidadora que me apoyó muchísimo en aquella etapa. A los ocho años de vivir en Jarahueca me mudo para Yaguajay. La niña tenía cuatro años. Mi esposo se dedicó completamente a ella porque yo salía de la casa a las seis de la mañana y no regresaba hasta las siete de la noche.
“Cuando el banco se abría, ahí estaba yo, y hasta que no cerraba no me iba. Pasé etapas malas cuando el período especial porque el transporte estaba muy malo, pero nunca dejé de venir ni de cumplir con mi horario laboral.
“Al principio se hacía el pago de jubilados y todas las operaciones de ahorro; incluso, tuvimos una etapa en la que no había banco en Jarahueca y nosotros íbamos un día señalado hasta allí para pagarles a los jubilados de esta comunidad”, refiere.
Y mientras la Caja de Ahorro de Iguará amplió sus servicios, Wanda y las otras cinco trabajadoras del lugar caminaron de la mano de la superación en el empeño de estar a la altura de los tiempos que corren.
La prueba está en el actual proceso de bancarización que vive el país, el cual tiene como principio mantener la igualdad para todos los actores de la economía nacional y, como meta esencial, el reordenamiento de los flujos bancarios. En medio de este suceso, las profesionales de la Caja de Ahorro de Iguará brindan el mejor de los servicios.
“A través de seminarios y las consultas que nos han dado en la sucursal nos hemos preparado para enfrentar el proceso de bancarización, porque es una tarea que hay que cumplir.
“Tenemos todas las condiciones para asumir ese suceso. Por ejemplo, antes no existía el servicio de caja extra y había tarjetas que no podían pasar por el POS. Hoy esos clientes, si tienen su Transfermóvil y su matriz, pueden pasar por caja extra y se les puede dar el efectivo.
“El cliente que viene al banco se va satisfecho, le explicamos las dudas que tenga, los motivos por los que a veces no puede realizar determinada operación, pero se va complacido porque se le demuestra de la mejor manera”, destaca.
Bajo esta premisa ha trabajado siempre. Por la bondad en cada servicio y la voluntad expresa de ayudar, esta mujer, como las demás de la Caja de Ahorro de Iguará, se ha ganado el cariño del pueblo. Wanda, más que trabajadora bancaria, es parte de las familias de este territorio.
“En Iguará yo me siento muy bien. Soy acogida por toda la población, nunca he tenido problemas y al que he podido ayudar, dentro de lo que está establecido como trabajadora del banco, lo he ayudado; incluso, hasta en problemas personales, porque son casi 40 años trabajando aquí y la población de Iguará es maravillosa”, comenta.
Con este pensamiento abona sus días en la Caja de Ahorro de Iguará, un colectivo que es toda una familia. “El trabajo del banco es de todas. Trabajamos unidas, nos llevamos bien y somos como familia. Si alguien tiene algún problema personal nos volcamos hacia esa persona, nos ayudamos, nos respetamos y cumplimos con lo que está establecido”, agrega.
Quizás por ello, a sus 66 años, Wanda ha decidido apartar de su camino la jubilación. Tiene fuerzas suficientes para echar a andar. “La casa me gusta, pero son 39 años trabajando y no sé cómo me iría sin el banco. Entonces, decidí reincorporarme como comercial. Voy a seguir trabajando hasta que tenga fuerzas porque me gusta mucho el trabajo del banco. El día que decida irme, creo que me dará sentimiento pasar por aquí. Para mí, el banco es mi casa”, acota.
Para tanta entrega, cuenta con el apoyo de su familia. Nunca le ha faltado la ayuda incondicional de su esposo y la comprensión de sus dos hijas. “Mi esposo siempre me ha apoyado mucho. Cuando la niña estaba chiquita, la atendía y ahora me ayuda en todas las tareas de la casa. Él comprende el sacrificio de estos 39 años.
“A veces siento nostalgia por no haberle dedicado todo el tiempo a mis hijas. Ellas también fueron sacrificadas porque, en ocasiones, no podía ir a las reuniones de la escuela, pues el trabajo no me lo permitía. Entonces tenía que ir mi esposo por mí. Incluso, ahora tengo tres nietos que deseo estar con ellos, pero tengo que cumplir con mi trabajo. Mis hijas están muy orgullosas de lo que hago. Ellas se han forjado en ese ejemplo”, confiesa.
Wanda suelta las palabras y en el rostro trasluce alegría. Sin vanidad alguna, sabe que su entrega no ha sido en vano.
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