La palma real es símbolo de cubanía y no se puede imaginar un paisaje campestre sin la presencia de la esbelta palmera. De mucha utilidad resulta cada una de sus partes y, por supuesto, llenan de belleza sin igual a nuestros campos
Por: Daisy Pilar Martín Ciriano
La utilidad de la palma real es amplia. Comienza desde su mismo tronco y extiende hasta lo más alto de su verde penacho. Desde tiempos pasados gran número de campesinos vestían las paredes de sus bohíos y otros ranchos con la tabla que extraían de su tronco. El proceso de convertir en madera el estirado tronco es complicado, pues no solo resulta difícil su derribo, sino también la extracción de su masa interior para que las tablas queden solo en la tea. Este requiere fuerza y mucha destreza.
No menos difícil es el aprovechamiento de sus frutos, conocidos como palmiche, utilizados para la alimentación animal. Para alcanzar los mismos es necesario escalar palmo a palmo el tronco, auxiliado por las convenientes sogas o tiraderas y el respectivo cuchillo atado a la cintura. Aquellos que adquieren esta habilidad se conocen como desmochadores y son hombres valientes que no temen a las alturas, ni al desliz. Al llegar hasta su objetivo el desmochador hace gala de su pericia al cortar los racimos y hacer que lleguen hasta su destino a través de una tensa soga sin derramar sus frutos en la trayectoria.
De la palma real se aprovechan hasta las ramas. Sus copiosas pencas son recortadas por los campesinos, quienes las secan al sol para utilizarlas en cobijas de viviendas y otras construcciones. Muchos investigadores aseguran que nuestros mambises calmaron su sed en los montes con los tiernos brotes del palmito. El tiempo transcurrido ha llevado al campesino hasta la modernidad y ya no es tan necesaria la utilización de la tabla y la cobija procedente de la palma real, sin embargo este simbólico árbol cubano no ha perdido su distinción, se alza en cualquier terreno, provocando un arrullo especial en la campiña cubana.
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