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Gestos al pasar

En el octavo aniversario de la partida física del líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, Escambray revela pasajes de su presencia en comunidades rurales de Trinidad en 1971

A la enfermera Nodalina del Carmen Ortiz Sánchez no se le desdibuja el día, ni siquiera la hora en que llegó Fidel a San Pedro, un pueblito a un costado de Trinidad levantado con casas de adobe y paja, para entonces una mueca triste en medio del monte, de marabú y cañaverales. Era el 31 de enero de 1971, justo a la 1 y 40 p.m.

“Yo estaba en el hospitalito rural, suturando una herida de un trabajador que se dio machetazo cortando caña y, de momento, mi cuñada, maestra Makarenko, me dice: ‘Por ahí viene un yipi Uaz nuevecito y viene el Comandante’. Y yo me viro y le digo: ¡El Comandante en este monte! Me sorprendió, porque aquí no había luz, no había nada que ver.

“Él se desmonta, nos da un abrazo y un beso como si nos conociera de hace tiempo y me pregunta: ‘¿De dónde es usted?’. De aquí, Comandante. ‘¿Y su médico?’. No, aquí no hay médico. Entonces me dijo: ‘Le voy a mandar un yipi soviético para que trasladen a los enfermos y, cuando arreglemos el camino y las calles, tendrán una ambulancia. También tendrán médico’”.

PROMESAS CUMPLIDAS

La joven Nodalina, graduada en 1966 de Auxiliar de Enfermería del curso emergente convocado por el Ministerio de Salud Pública, al pedido de Fidel de recorrer el hospitalito, mostró los tres cuartos, la enfermería, la consulta del médico y la farmacia. Afuera, el bullicio de los niños, la gente salió de las casas; el pueblo de San Pedro, sin mediar llamado alguno, estaba allí. El capó de uno de los yipis sirvió de tribuna. No fue un discurso, recuerda Nodalina; fue una conversación.

“Voy a subirme un momentico aquí para decirle unas palabras a este pueblito que me hace recordar mucho a uno que visité en México, en el que todas las casitas eran de adobe” dijo Fidel y empezó a preguntar por las condiciones de vida de los habitantes.

Cuentan que de la multitud salió la voz quejosa de Gudelia Pérez: “Ay, Comandante, no tenemos luz y no queda más remedio que acostarse temprano. No hay agua, tampoco. Las mujeres pasamos trabajo, hay que cargarla de un pozo público”.

Alguien le habló, también, del mal estado de las casas y Fidel propuso construir edificios. “¿Dónde quieren hacer el pueblo?”, preguntó. “Aquí mismo, Comandante”, respondieron muchas personas mayores que no se querían ir de aquel lugar.

A la interrogante de líder de qué fuentes de trabajo había por la zona, un campesino de rostro ajado habló del corte de caña y el oficio de la artesanía, gracias al cual se fabricaban sogas y lazos para bueyes y se vendían a solo 10 centavos. Y allí se supo, además, de familias que malvivían de expender manteca de corojo, fruto que aparecía en abundancia; pero difícil de procesar, explicaron.

“Y algo así como “Tengan fe en los días por venir” se le escuchó decir finalmente y cuando bajó de aquella tribuna improvisada, narra Nodalina, todo el mundo le rodeó: Fidel, dame la mano; Fidel, esto; Fidel, lo otro. Era mucha la emoción.

“Lo que prometió, todo fue cumplido. A la semana estaba el yipi en el hospitalito rural, y luego vino un médico permanente. Como a los 15 días, ya había luz eléctrica; eso fue un acontecimiento. El vial de acceso hasta aquí se arregló; igual que las calles. Tuvimos acueducto y el agua llegó a las casas, surgió la Empresa Pecuaria San Pedro; fueron muchas las vaquerías y los lugares donde la gente encontró trabajo. Fue construida, además, la comunidad Alberto Delgado que resolvió muchos problemas de la vivienda por esta zona”, concluyó la enfermera Nodalina, hoy con 79 años de edad.

DE SAN PEDRO A PALMARITO

Después de aproximadamente una hora de diálogo con los habitantes de San Pedro, Fidel partió hacia Palmarito, localidad rural donde radicó uno de los ingenios azucareros más notables de la región. Fueron tierras propiedad de Don Mariano Borrell, abonadas con sangre esclava. Allí, habitan todavía las ruinas de los barracones, un campanario y un cementerio.

Roberto Lázaro Hernández, ahora con 79 años de vida, guarda las memorias de aquellos gestos de Fidel al recorrer pequeños bateyes que pudieron pasar inadvertidos; pero así no fue.

En Palmarito, el intercambio con el pueblo giró en torno a las pocas casas que existían y a las que estaban en malas condiciones constructivas. “Casi todas eran de guano y piso de tierra y, hasta de yaguas. La propuesta de Fidel fue construir edificios y así fue. Ya en Palmarito no queda ninguna casa con piso de tierra y muchas son de placa y buenas casas”, afirmó Roberto.

“En los pobladitos visitados por Fidel, incluido Arroyo de Tabla se construyeron escuelas y para el consultorio de Palmarito, mandó un yipi como ambulancia. 

“En Guasacualco, señala Roberto al lado de una siembra de plátano, un hombre cocinaba a los trabajadores debajo de una mata, Felix Cruz se llamaba. Fidel, que había hecho un alto para almorzar cerca de allí, reparó en un niño con discapacidad física que había sentado e hizo algunas preguntas al cocinero. Es mi hijo y nació así, no puede caminar, más bien se arrastra por el suelo, le comentó el padre al Comandante en Jefe.

“Minutos después, el hombre recibió una carta de autorizo para que el niño fuera atendido en La Habana. Transcurrido unos meses lo operaron y vino caminando. La sorpresa mayor fue el motor Ural que parqueó frente a su casa y el encargo del chofer fue decirle a Felix, el padre: ‘Este motor es para que usted pueda trasladar al niño al médico y a donde sea necesario llevarlo. Es un regalo de Fidel’”.

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