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7 de diciembre: Los imprescindibles

Hoy 7 de diciembre ya hace 35 años, culminó la Operación Tributo con las honras fúnebres de los cubanos caídos en misiones internacionalistas. La fecha escogida para el homenaje no resultó casualidad

Hay ausencias que siempre están presentes. Hay ausencias que jamás cicatrizan en el alma de la nación. Hace 35 años, el 7 de diciembre de 1989, finalizó la Operación Tributo, que permitió identificar, trasladar de regreso a Cuba y dar sepultura a los restos mortales de los caídos en misiones internacionalistas.

Partieron a la guerra en Angola, Etiopía… en fechas distintas; aunque retornaron el mismo día a Sancti Spíritus; eran 119 combatientes en total. En cada municipio hubo ceremonia; el pueblo los lloró cual familia de sangre, y ese pueblo, hecho ríos de tristeza, acompañó los ataúdes y osarios hasta el Panteón de los Caídos por la Defensa.

La trompeta llenó de silencio la tarde de aquel jueves, y el silencio se escuchó tan alto, que, tres décadas y media después, lo llevo tatuado en la memoria.   

Preso por la curiosidad, revisito las páginas de aquella edición impresa de Escambray; y en esas letras, cansadas por tanto andar en el tiempo, descubro que casi todos los colegas evocamos al indomable Maceo y a su fiel ayudante, el espirituano Francisco (Panchito) Gómez Toro.

Que el adiós definitivo a los caídos en misiones internacionalistas aconteciera el 7 de diciembre no obedeció al azar. Ese día, pero de 1896, dos proyectiles enemigos abatieron al Lugarteniente General del Ejército Libertador, Antonio Maceo Grajales, cuyo cuerpo quedó tendido en San Pedro, Punta Brava, a merced del adversario español.

En ese momento, Panchito permanecía en el campamento. Estaba herido. Impuesto de lo ocurrido a Maceo, salió de estampida —con el brazo izquierdo en cabestrillo— para rescatar el cadáver del Titán de Bronce. Nada ni nadie harían que se detuviera al joven de solo 20 años; blanco, minutos después, de las fuerzas peninsulares. A punto de caer prisionero, quiso suicidarse; trató de confesarles los motivos a sus padres y hermanos en un mensaje. Todo quedó en la intención. Un machetazo en la cabeza remató al hijo del Generalísimo Máximo Gómez y Bernarda (Manana) Toro, nacido en La Reforma, Jatibonico.

En tales circunstancias, partió de la vida el capitán  Panchito, cuyas virtudes constató José Martí: “No creo haber tenido nunca a mi lado criatura de menos imperfecciones”.

“Ya él conoce la llave de la vida, que es el deber”, escribió sobre el joven espirituano el organizador de la contienda de 1895. En idénticos términos pudiera hablarse del santiaguero Frank País García¸ nacido el 7 de diciembre de 1934. Quien llegó a fungir como Jefe Nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio enalteció, en vida, los sencillos y complejos versos del Maestro. Frank conoció a Abdala, protagonista del poema dramático que partió hacia a la guerra, en defensa de Nubia, amenazada por el conquistador.

Aquel diciembre de 1989 no solo evoqué a Abdala, el héroe martiano que retornó moribundo a su tierra. Aquella noche, de regreso de la cobertura periodística en La Sierpe, cuando todo convidaba al “silencio respetuoso” —diría el Maestro—, también recordé a Bertolt Brecht delante de la máquina de escribir: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.

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