lunes, noviembre 25El Sonido de la Comunidad
Shadow

Refrán y milagro en barro

Texto y fotos PASTOR BATISTA VALDÉS

Primero fue mi entrañable prima Eneida Ortega Batista y luego mis padres y maestros quienes me enseñaron a leer ojeando páginas de papel. Corría entonces la segunda mitad de la década de 1960. Muy lejos estaba yo de imaginar que alguna vez ojearía, una por una, las paredes de una casa, convertida, sin discusión alguna, en libro abierto.

Se empina hoy contra los molinos del tiempo y sobre todo contra la falta de visión en quienes no han alcanzado a ver la eternidad de sus frutos y la profundidad de sus raíces.

Aunque de estilo colonial, paredes de ladrillos, techo de tejas y puntal más bien alto, al estilo colonial, la vivienda no fue construida por arquitecto alguno, con fines museables, allá en la entrada de Sancti-Spíritus, unos 350 kilómetros al este de la capital cubana.

Fue el criollo e inquieto ingenio del escritor y periodista Tomás Álvarez de los Ríos (1918-2008), quien la convirtió en sugerente galería, al adosar pacientemente miles de refranes, frases populares, sentencias, dicharachos y nombres de personalidades que visitaron ese apacible lugar.

“Pero no quise escribir todo sobre paredes lisas o desnudas”, me confesó una vez, sentados en el fresco corredor que anilla a la casa, entre yugos de bueyes, pilones y morteros para descascarar arroz o café, porrones de barro, campanas, palmas reales, otros árboles, zunzunes y palomas atraídas por la ternura de un hombre capaz de alimentarlas con la mano o con el don de la mirada.

“Empleé gran tiempo —prosiguió entonces— preparando esas pequeñas placas de barro que ves, cada una con un refrán o proverbio, de Cuba y de otros países”.

Aún me parece verlo acomodar ambas manos entre rodillas y muslos, dejar la mirada fija en algún lejanísimo punto de sus recuerdos y explicarme que la idea de reunir y poner a la vista de todos tantos refranes se la dio Don Quijote de la Mancha, en particular aquel pasaje en que el hidalgo caballero le dice a su escudero Sancho Panza: “¿De dónde sacas tantos refranes, maldito? Yo para hacer uno sudo como si cavase y tú los tienes a granel”.

LA YAGUA QUE ESTÁ PA’UNO…

Paredes que hablan, atraen, hacen reír y dejan enseñanzas.

A medida que la gente se enteraba, sin marketing ni publicidades, más personas de todo el archipiélago hacían un alto para disfrutar la exquisita colección, como si jamás hubieran escuchado o visto refranes y frases remolcados por la tradición oral cubana desde tiempos bien pretéritos.

Junto a ellos, perdurará aquella anécdota asociada a la criolla estirpe de Tomás y a un suceso que los cubanos conmemoramos cada año: el 26 de Julio.

Cuentan que, ocurrente, “el viejo” agarró una brocha y escribió a lo largo del portal: “Sancti-Spíritus en 26, ahora sí se cagó el buey”, en alusión, estas últimas seis palabras, a una frase campesina muy arraigada en la región.

Algún implacable dedo indicó tapar con cal o pintura el rótulo, tal vez por considerarlo no muy elegante o apropiado, decisión que por suerte fue anulada tan pronto llegó a oídos del General de Ejército Raúl Castro Ruz, fiel admirador, como su hermano Fidel, de la cubanía que desde niño llevaba en vena el ocurrente intelectual espirituano.

Para muchos es contraproducente que, siendo un lugar tan original y exclusivo, apto para atraer a miles de personas del territorio nacional y de otras latitudes, haya permanecido más en la quietud hogareña que en la inquietud de merecidos acordes patrimoniales.

Pero como “la yagua que está pa’uno no hay vaca que se la coma”, no solo muchos viajeros se detienen en la Casa de los refranes, nombre con el que ha quedado para siempre, sino que, además, fue finalmente posible la restauración por la que clamó, callada, durante calendarios.

Como los fondos al fin aportados por el territorio no cubrirían la gravedad y envergadura del asunto, Maylet Marín Álvarez, sobrina de Tomás e inquilina del inmueble, se convirtió en una verdadera maga para, con el ahorro de años y la pasión profesional de los arquitectos Osvaldo Pérez Ríos, Gerardo Pérez Hernández y el ingeniero Ramón Collera Pérez, restaurar lo posible.

Complemento de lo también genuinamente criollo o campesino.

Por conversaciones de Tomás con Fidel, sé sabe que el Comandante quería llegar hasta allí en algún momento y deleitarse frente a esas paredes cubiertas de refranes. Que no lo haya podido hacer no invalida la sensación de su presencia que transpira el lugar, antes y después de la partida de Álvarez de los Ríos.

Es curioso cómo, sin constar de manera oficial como un museo, tantas personas se acercan a la puerta del jardín, llaman y expresan su deseo de “ver un momento los refranes de Tomás”.

Entonces, como si escuchara a su tío susurrándole “haz bien y no mires a quien” o “un día enseña al otro”, Maylet echa a un lado los quehaceres del instante para atender al visitante, como toda una jefa de sala o museóloga, sin que por remuneración medie más que la gratitud, el estrechón de manos, el abrazo pre y post Covid…

No menos satisfacción siente cuando llegan hasta el patio niños de un proyecto asociado a canciones compuestas por Tomás y a  la defensa que él siempre hizo, contra todas las banderas, a favor de la naturaleza, de las plantas, de los animales, del medio ambiente y de la vida en general.

No por casualidad, de su puño y cerebro emergieron títulos literarios como Las FarfanesCandelariaLos triángulos del amorTronco, ramas y raíces y Esos carreteros.

Tampoco fue ni será casual que en agosto de 2015 una lectora llamada Neisy Ramos González, lamentara en la edición digital del periódico Escambray la ausencia de una buena restauración de la casona, que no la hayan convertido en museo y que se desconozca lo que Tomás con el dinero de su libro Las Farfanes: donarlo para construir una escuelita en el barrio Cantarrana, de su natal Guayos y para comprar los instrumentos e indumentaria que requeriría la Banda de Música allí.

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