Por: Aramis Fernández Valderas
Si la ceremonia del té es muy popular en los países asiáticos, en los hogares campesinos de antaño, el café también tenía la suya y comenzaba desde que las amas de casa tostaban el grano cuyo aroma inundaba el vecindario y muy fácil los degustadores del grano podían trasladarse de un lugar a otro, porque ese olor no hay quien lo niegue y tampoco lo esconda.
Acabadito de tostar, aún caliente caía en aquellos molinos que de embudo tenían un metal triangular y el más pequeño de la casa, por lo regular le daba vueltas a la manigueta.
El polvo se guardaba en una lata, y la doña a solas en la cocina, armaba el colador de lana, o cualquier otra tela fijada a un aro de alambre y este metido en un andamio de madera.
Mientras ya tenía caliente el agua con azúcar, y cuando estaba en punto de ebullición ahí caía al polvo, lo tapaba y en unos minutos lo vaciaba en el colador.
El primer trago era el de ella, para saber si estaba amargo o dulce y después de puntearlo como era debido, lo llevaba a el comedor, preguntando a los visitantes, está bueno, tenga cuidado que está caliente, las respuestas siempre las mismas, que rico, claro, sí está hecho con candela.
La doña entonces regresaba a la cocina, para guardar las borras ya que le servirían para la otra colada.
Aunque ya te será difícil apreciar a las amas de casa del campo, ejecutando tal ceremonia, si puedes ver alguno de esos artefactos en el museo etnográfico regional campesino de Cabaiguán gracias al cual se da vida a las tradiciones del campo cubano.