Foto: Aramis Fernández
Después de halar tantas tetas de vaca, el lechero sube a su yegua, tan cansada como él, cargado de cantinas y jarros para disparar por los barrios el alimento. Ya el lechero tiene sus clientes fijos, sabe a ciegas donde llegar la yegua mientras el lechero duerme sobre su grupa, entonces la bestia le da un rabazo por la oreja y el lechero despierta, vende, cobra, monta y vuelve a dormirse.