Por: Aramis Fernández Valderas
Vestida toda de blanco, tan pura como su oficio camina sobre lo que en un tiempo fueron calles, monta en el coche tirado por caballos, la acompaña la sonrisa que en pocas ocasiones pierde a pesar de no ser siempre comprendida, pero si aclamada en los momentos más difíciles cuando la decisión cuesta una vida, no una vida cualquiera, una vida de un niño o niña que son las más complicadas.
Sortea en la piquera de autos, semi destartalados, un asiento para llegar de Cabaiguán a Sancti Spíritus, como mismo lo hace a cualquier hora de regreso; sabe cuándo sale de casa, no cuando regresa, así es la blanca paloma del barrio, la niña querida que casi todos tiran la mano y todos respetan por su modo de ser afable, sencillo, amable.
Al fin otro coche, no de los coches españoles, es otro como el primero arrastrado por las bestias, se baja cruza la línea y aparece a unos pasos el Hospital Pediátrico José Martí, saluda a la empleada de limpieza, al portero, no entiende de muchas imposiciones, en el argot científico ha sentado cátedra en la institución.
Todo un día, a veces también la noche y puede ser que en medio del descanso llegue un auto medico a su hogar para que vuelva al centro médico porque hay una cirugía complicada, no riñe, solo dice esperen un momento para cambiarme de ropa.
Con la sonrisa en los labios, la extrema precaución y la seguridad plena de luchar hasta el último momento y si este se da, tampoco lo entiende, porque piensa que más allá de todo hay otro esfuerzo por salvar una vida.
Así es Karina Morales Figueroa, mi vecina Karina, mi niña Karina, una excelencia de la cirugía pediátrica espirituana que en el día internacional de los pediatras felicitamos y en su nombre también se extiende el reconocimiento a todos aquellos que tienen en sus manos la salud de la niñez.