sábado, noviembre 23El Sonido de la Comunidad
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¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!

Por: Aramis Fernández Valderas

El 27 de noviembre de 1871, Cabaiguán era apenas una aldea con seis o siete casas que bordeaban el cuartel de la caballería española donde pernoctaban unos pocos centenares de soldados, a más de 320 kilómetros en línea recta hacia el oeste estaba la capital cubana donde ese día el gobierno de la corona de España cometía uno de los crímenes más horrendos que se recuerden en la historia de Cuba.

Aquel fue uno de los eventos más trágicos durante la Guerra de los Diez Años, ocurrido en el gobierno del General Blas Villate y de la Hera, Conde de Valmaseda.

En el caserío de lo que décadas después se convirtiera en el pueblo de Cabaiguán, nadie se enteró del acontecimiento, hasta que según ha trascendido en la tradición oral de generaciones tras generaciones, un mensajero contó en el cercano asentamiento de Santa Lucía el triste hecho, dicen también que aquel día, no se sabe cuál ni de qué mes y año, las pedradas tiradas por los vecinos, contra el campamento de caballería, asustaron los caballos y los gendarmes atemorizaron a punta de bayoneta a la escasa población de la demarcación.

El 27 de noviembre de 1871, el minúsculo poblado, no contaba con médico alguno, pasaron muchos años sin ellos y muchos más para que existieran personas que se ocuparan de la salud de los humildes.

Ahora, 149 años después, los centenares de galenos nacidos en este sitio, y las decenas matriculados en la universidad, recuerdan a Eladio González, Carlos A. de la Torre, José de Marcos Medina, Pascual Rodríguez y Pérez, Anacleto Bermúdez, Alonso Álvarez de la Campa, Ángel Laborde y Carlos Verdugo. En ellos, se hace eco el poema “A mis hermanos muertos”, dedicado por José Martí a los ocho estudiantes de medicina fusilados en el primer aniversario cuando señalaba:

Cuando se muere
en brazos de la patria agradecida,
la muerte acaba, la prisión se rompe;
¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!  

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