Por: Alexey Mompeller Lorenzo
Definitivamente la COVID-19 quiere “regodearse más en las cifras maléficas de sus números” tal como lo describiera desde la lírica la poetisa del pueblo, Rosa María García Garzón. Cabaiguán se lo permite a la enfermedad y reincide al declararse un entorno preferido por la pandemia en la provincia. Durante la tercera fase recuperativa, con algo más de una semana de estrenada, los casos importados de Estados Unidos e Islas Canarias van cuesta arriba al sumar casi una decena.
No es para ponerse las manos en la cabeza con cerca de una veintena de contagiados en las últimas horas y en ese grupo se incluyen 12 contactos familiares. El espíritu apocalíptico en nada ayuda, la responsabilidad sí.
¿Qué pensó, salir como perro que tumbó la lata a partir del 1 de diciembre pasado para organizar una fiesta o recibir a los viajeros procedentes del exterior, más de 400 los llegados desde el reinicio de las operaciones aeroportuarias, quienes hambrientos de abrazos, salvando a los más cuerdos, no aguardaron los días establecidos entre las cuatro paredes según los protocolos de bioseguridad y prefirieron soltarse el pelo de Occidente a Oriente?
Como el deja vu que muchos experimentaron sucedió. Por todas esas planificaciones hechas a espaldas de la sensatez, el SARS-coV-2 merodea por las dos áreas urbanas de salud del municipio. En remojo están las demás zonas que ojalá cuenten entre sus hijos, hoy aplatanados en otros suelos, a personas interesadas en cuidar la vida de su familia y de la comunidad.
Se veía venir pero más allá de los errores que no se remedian con lamentaciones, previo al aterrizaje del nuevo coronavirus, no pocas actitudes irreverentes tentaron al autor de una crisis epidemióloga mundial.
El tránsito al período poscovid obedece al cumplimiento de los indicadores sanitarios convenientes para encauzar paulatinamente las rutinas de los cabaiguanenses; mas con la aparente evolución algunos olvidan las medidas escritas desde marzo.
El irrespeto del distanciamiento físico en espacios públicos, descargas solapadas en casa, aventuras interprovinciales, ocultar síntomas respiratorios, no declarar contactos y saludos que sobrecumplen el plan, apenas muestran dosis de insensatez.
Otro clásico ejemplo de imprudencia: el mal empleo nasobuco, quizás el fragmento de tela más odiado pero indispensable para autorizar su entrada a donde quiera que vaya.
Cuando sienta el pinchazo de la tan ansiada vacuna, ni considere en desabrocharse la mascarilla o desestime las soluciones cloradas y antibacteriales que también se han ganado un lugar en la pasarela de un 2020 regido por una tendencia que amenaza: la COVID-19.
Con estos truenos la nueva normalidad pica y se extiende. En ese período todavía incierto para Cabaiguán, habrá que confiar en quienes de saberse contactos de casos positivos permanezcan aislados en sus viviendas de acuerdo a las regulaciones orientadas para ese momento. Quebrantar el ingreso domiciliario dará vía libre a la enfermedad que promete más temporadas de indisciplinas y rebrotes.
Deténgase a recapacitar sobre la propagación de epidemia, un delito de moda en estos tiempos aunque existen más violaciones que denuncias. Si se quiere la vida y la de los suyos, las palabras nunca sobran para salvar.
Lo que un día fue no será. La frase sacada de una canción cobra sentido en plena contingencia sanitaria que nos recuerda el reto de hablar y saludar con los ojos. Tararee esta melodía del ayer pero con la confianza de que en su presente desordenado por el SARS-coV-2 impere la cordura. Ya lo dijo a manera de versos nuestra Rosa María: “(…) solo hay que ser obedientes,/responsables y yo dudo/que esa corona del virus/no se haga trizas y humo.