sábado, noviembre 23El Sonido de la Comunidad
Shadow

El Fantasma de la casa de tabaco

Por: José Miguel Fernández Nápoles

Era la década del sesenta y los estudiantes de Cabaiguán, íbamos a Saltadero a la escuela al campo. Por allí cerca del río Zaza acampábamos en una casa de tabaco, con el suelo de tierra y unos faroles chinos para alumbrarnos de noche.

Allá íbamos un tiempo de las vacaciones, a hacer labores agrícolas que la mayoría jamás había hecho y sin que sonara la contadora, o sea por amor al arte. Lo más curioso es que hasta lo disfrutábamos.

Teníamos uno de esos compañeros que era una lumbrera, una de esas personas que tiene un alto coeficiente de inteligencia o intelectual y que también, en la mayoría de los casos, son entretenidos a más no poder, a veces rozando en lo que los estudiantes llaman guanajo. Y desgraciadamente, son blanco de burlas de muchos.

Pues quien les cuenta que aquel día no, por lo que no pudimos ir al campo y lo pasamos de lo más entretenidos, haciendo cuentos de aparecidos y fantasmas.

Cuando llegó la hora de dormir, en una noche de esas que no se ve un burro a tres pasos, tormentosa con truenos a lo lejos y una llovizna que no paraba, alguien dijo que había que hacerle una maldad al del IQ elevado.

Por la tarde habíamos desplegado la fantasía esa de los campesinos de aquella época, con una imaginación increíble, que decía que precisamente en aquella casa de tabaco, habían velado a un difunto que habían encontrado ahogado en el río, después de una semana de muerto, y que los vecinos decían que a veces aparecía por allí su alma en pena.

Pues quien les cuenta que uno del grupo se agenció un cordel bastante largo y amarró una punta de la colcha del muchacho inteligente, por encima de una de las barrederas de la casa de tabaco.

Me acuerdo que los faroles chinos aquellos no se apagaban de repente, sino que la luz iba disminuyendo progresivamente.

Cuando el profesor de guardia dio la voz de silencio y aquel farol empezó a apagarse, el maldito del cordel empezó a halar y la colcha a subir tan misteriosamente, que el pobre muchacho pegó un grito de horror y se tira de su hamaca y entonces para colmo, se enreda con la siguiente y cae encima del otro, que tampoco estaba al tanto de la maldad y se asustó más que el primero, empezando a dar gritos de ultratumba también.

Esa noche les juro que no vi el fantasma por ningún lado, pero me dormí con dolor de barriga de tanto reírme.

Compartir: