sábado, noviembre 23El Sonido de la Comunidad

A un año de la Covid-19, esperemos que en lo adelante su reinado sea efímero

Por: Alexey Mompeller Lorenzo

¿Pertenece a nuestra era?, sí. ¿Es posterior a la segunda década del 2000?, sí. Como mismo encontró lugar en otras latitudes, llegó a esta isla con costas al Mar Caribe y pese a la inquina colectiva peca de célebre por su perversidad sin límites.

No hay que ser panelista del programa televisivo “Escriba y lea” para identificar al soberano de titulares y desgarramientos humanos, el SARS-coV-2 que despuntó en Wuhan, China, en diciembre de 2019. Tras un debut millonario en víctimas, la COVID-19 se coló en Cuba hace justamente un año.

A partir del 11 de marzo, el país tenía los días contados para amarrarse el nasobuco, aliarse de lociones desinfectantes, transformar sus rutinas, cerrar puertas y ventanas y persignarse en las colas.

Por Trinidad comenzaría a hablarse de aislamiento físico con los tres turistas italianos que importaron la enfermedad a un destino sano hasta el minuto de conocerse los diagnósticos. Con tantas historias contadas en los medios de comunicación, fallecidos a la orden del día y vidas que aún parten antes de tiempo, el nuevo coronavirus se instaló en Cabaiguán.

Para finales de ese mes, aquí ya olíamos a cloro y a soluciones hidroalcohólicas mientras los pasos podálicos daban la bienvenida en hogares y entidades estatales. Era apenas el inicio de la crisis sanitaria que ha dejado 183 confirmados en el municipio frente a los 59 157 casos positivos que tensan a Cuba y por el momento las cifras no se contienen.   

A la fase de transmisión autóctona limitada la conocimos desde el primer rebrote, donde el territorio se consideró epicentro de la pandemia en la provincia. Cuadras en cuarentena, áreas restringidas, aplausos que tronaron en los portales, la solidaridad contagiándose en las zonas rojas de dentro y de Italia, México, Belice y Santa Lucía y el silencio dueño absoluto de las calles en la noche pintaron el panorama al que regresamos hace solo unas semanas.

Escalamos peldaños epidemiológicos hasta tocar por unos meses la nueva normalidad que no supimos valorar. Porque lo prohibido incita, la realización de reuniones familiares, fiestas, desplazamientos a ciudades con altos índices de transmisión, viajeros procedentes del exterior que aterrizaron el peligro, mascarillas convertidas en bufandas, catarros disimulados en los entornos laborales y estudiantiles, negaciones en el momento de ingresar a los centros de aislamiento y memorias nubladas al informar los contactos para proteger quizás a quienes nos contaminaron colmaron la copa de la sensatez.        

Por esas trasgresiones y otra extensa lista de indisciplinas, cambiamos una tasa de incidencia de la COVID-19 por debajo de 5 contagiados por 100 000 habitantes a una de 52,92 en la última quincena. El vaivén de pacientes positivos, algunos sin fuente de infección precisada, conlleva a caminar por el filo de la navaja.

Ninguno de los padres de los más de 20 cabaiguanenses en edad pediátrica que han contraído la enfermedad de aquel lejano marzo a la fecha, puede olvidar los días de incertidumbre antes de  confirmarse el resultado del PCR ni el recuerdo de su hijo o hija en la cama del hospital.

Todavía no aprendemos la lección cuando el virus circula disperso por las áreas de salud del territorio. ¿Considera discretos los 17 controles de foco abiertos en el municipio para recibir el primer aniversario de la pandemia en la mayor de las Antillas? ¿Le parece justo que por la negligencia de muchos el país estanque su economía y trague en seco los quebrantamientos porque la prioridad es salvar vidas?

Que en doce meses, ni una muerte asociada a la COVID-19 conste en las estadísticas nuestras no nos hace invencibles; mas a las salas de terapia intensiva sí han llegado casos de Cabaiguán que hoy ven la vida diferente.

Se cumple un año de la presencia del virus con corona entre los cubanos pero confiemos que para el próximo ciclo su reinado sea historia.   

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