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Alcibiades Aguilar: el escolta de confianza de Fidel

Alcibiades Aguilar Rondón se siente en Sancti Spíritus como si fuera su ciudad natal

Alcibiades
Alcibiades cuidó al Comandante en Jefe Fidel Castro durante la Caravana de la Libertad desde su salida de la provincia de Oriente hasta la capital cubana.

Por: Lillipsy Bello Cancio

Debo confesar que recibí la carpeta con aquellos recortes de periódicos y una biografía a todas luces elaborada con la misma premura que exigía esta reportera, en vísperas de una fecha que, si bien, no es la que lo mantiene entre lo más querido, selecto y protegido de la historia “viviente” de esta central región, es también un poco responsable de que cada año, cada efeméride que tiene que ver con Fidel y la Revolución de finales de la década del 50 del siglo pasado lo convoque a conversar con las más noveles generaciones de cubanos. 

Mientras más leía, mejor y más nítidamente se me venía dibujando este oriental aplatanado en Sancti Spíritus que no puede olvidar aquellos primeros días de enero cuando, con la altísima responsabilidad de cargar sobre sus hombros el deber de escoltar nada más y nada menos que al Comandante en Jefe, entró a la que Fidel describiría un poco más tarde como la “que no podía ser una ciudad más” en medio de una multitud enardecida por la victoria y la presencia de su indiscutible Líder.

Los que lo conocen aseguran que todo a su alrededor es modestia: los periodistas que lo han entrevistado, sus vecinos, el hermano que lo venera y lo admira por su historia y por la firmeza de sus convicciones al punto de no admitir ni la más pequeña broma sobre la Revolución, los jóvenes que cada año lo reconocen en el mismo parque que antaño fue testigo de uno de los más emocionantes momentos de los primeros días de 1959.

En la sala de su casa (cuyos casi únicos adornos son las fotos de sus héroes: el Che, Martí, Fidel, Camilo), al pie de la escalinata de la hoy Biblioteca Provincial “Rubén Martínez Villena”o en la sala de cualquier redacción narra sus vivencias como si no entrañaran el arrojo que significaba por aquel entonces alzarse con un pequeño grupo de escopeteros cuando aún no había arribado a los veinte años, como si haber sido seleccionado para integrar la escolta que cuidó al Comandante en Jefe durante la Caravana de La Libertad no simbolizara la más alta expresión de confianza y lealtad, como si haber enfrentado en más de una ocasión al sanguinario Sosa Blanco, uno de los asesinos más connotados que operaba en la región Oriental fuera no más que una acción normal, sin ninguna trascendencia, sin ningún valor.

Es por eso que, cuando por estos días nada es más importante que rescatar esos símbolos que nos han traído hasta aquí, que nos ayudan a comprender de dónde sacamos los cubanos nuestra capacidad de resistencia, la fe inquebrantable en la victoria, el arrojo suficiente para luchar por lo imposible… Alcibiades Aguilar Rondón deviene referente obligado, materialización genuina de aquello de que “para saber a dónde vamos, necesitamos comprender de dónde venimos”.

Más allá de las disímiles responsabilidades que en lo administrativo y lo político ha cumplido y las condecoraciones recibidas, por encima del honor de haber participado como delegado en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba e independientemente de ese empeño por su superación profesional que lo llevó a graduarse en Ciencias Sociales en 1986, por estos días, en que necesitamos tanto la historia, que resulta tan urgente que sus protagonistas nos la recuerden desde aquellas legendarias epopeyas y aunque no lo conozco personalmente, leer su historia, espulgar sus memorias, que me haya permitido acceder a sus más queridos y entrañables recuerdos, me confirman y me ilustran por qué Alcibiades Aguilar Rondón “se siente en Sancti Spíritus como si fuera su ciudad natal, por qué guarda con sano orgullo, más en su corazón, que en un cofre, sus medallas… y por qué el Comandante Enrique LussónBattle confió en él para cuidar a Fidel.

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