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Angie: “Quiero mucho a mi maestra”

Como Angie, son cientos los niños cabaiguanenses que a pesar de la pandemia y del aislamiento han continuado desarrollando su intelecto desde casa por medio del programa de teleclases del Ministerio de Educación en Cuba

Angie
Angie es auxiliada por su mamá en la tele clase

Por: Lillipsy Bello Cancio

Debo confesar que ha sido una de las mañanas más gratas que me ha regalado esta profesión: verla despertar, salir toda despeinada y con cara de brava (¡muy brava!) porque pensaba que se le había pasado la hora de su teleclase y mami no la había despertado fue una estampa maravillosa, divina, divertida y… definitivamente, aleccionadora.

A Angie no le importó el ruego de mamá para que desayunara: “¡Cuando termine la maestra!” y la firmeza de su alegato no pudo menos que vencer (más que convencer) a aquella, a la que no le quedó más remedio que regresar a la cocina y, resignada, esperar… ¡a que la maestra terminara! 

Cinco minutos después estaba sentada frente a su televisor, con los cinco sentidos puestos en la imagen de la pantalla que le enseñaba una nueva letra, un sonido hasta el momento sin forma para ella y que ahora se traducía en rasgos, que poco a poco le ayudaban a conformar palabras.

La abuela María Elena, ya jubilada pero con el linaje de maestra sembrado en el alma, a su lado, con la misma paciencia y dulzura de años atrás cuando, con el aula llena, adornaba la vida de sus pequeños con letras, trazos y líneas que sin prisas le iban conformando un mundo, nuevo y maravilloso a aquel montón de “locos bajitos”.

Y es que, por culpa de una pandemia que nos impone un obligado aislamiento desde hace más de un año, niños y maestros de este pedazo de Cuba han tenido que encontrar nuevas formas para aprender y enseñar: la utilización de teleclases ha sido la fórmula del Ministerio de Educación pero su materialización en cada territorio ha contado con la creatividad, deseos y compromiso de profesionales y familias.

Reinventarse en estos tiempos ha sido uno de los mayores retos de quienes asumen una responsabilidad que trasciende en muchos… o sencillamente que involucra los más recónditos deseos, anhelos, compromisos de un pequeño… así como le sucede a Angie, que con apenas seis años y un montón de sueños (que incluso aún no conoce) sabe que sus maestras (la del televisor y la de la escuela) son apenas un par de las “personas más importantes del mundo… de su mundo”.

Quizás cuando todo esto termine, cuando se comiencen a resguardar memorias y nadie quiera que la Humanidad olvide todas y cada una  de las lecciones que aprendimos en estos tiempos de coronavirus, un doctor que se ha convertido en el alma de un país y un Chamaquili que ha arrancado risas, provocado reflexiones y avivado espíritus, la historia de Angie, su familia, su abuela, pierda eso que llaman “singularidad”, pero sin lugar a dudas, habrá que reconocer que es precisamente en su capacidad de redundar donde los expertos encuentren la magia de una niña que apenas puede mirar a mi micrófono y, sin pudores, soltar un: ¡Quiero mucho a mi maestra…¡ y ponerle así, el punto final a esta crónica.

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