Por Lianny Pérez González (Tomado de Escambray)
Suena la alarma del despertador. Abre los ojos y ansía, con todo su ser, que esta sea una mejor jornada. Pero, lamentablemente, para Loida Leal Martín, técnica en Microbiología del Policlínico I de Cabaiguán, desde marzo pasado, cuando la COVID-19 plantó bandera en suelo cubano, los días ya no son lo que esperaba. Y no solo por el estricto ropaje verde que la hace irreconocible: sobrebata, guantes, nasobuco de tres capas, gafas y pañuelo para su cabello; sino porque ahora, como nunca antes, mira de frente al peligro y hasta lo toca con sus manos.
La vida le cambió, y de qué manera. En los últimos meses, ha tenido que, sin estar enferma, entrar y salir de los centros de aislamiento abiertos en el municipio, zonas en cuarentena y ahora llega hasta los hogares de viajeros o sospechosos de portar el SARS-COV-2. ¿El motivo? Es una de las cinco personas del municipio cabaiguanense que toma muestras para detectar el virus a través de una prueba de PCR.
“Nunca pensé que iba a vivir algo como esto y mira que me he enfrentado a enfermedades complejas desde el año 1982 cuando estudié la carrera en Villa Clara. Recuerdo, por ejemplo, los días de la meningoencefalitis, lo difícil que fue, las guardias que hacía, pero nada como ahora. Esta pandemia no tiene precedentes, es muy contagiosa y difícil de controlar si no se siguen los protocolos de salud establecidos”, refiere Loida, quien agrega que este tiempo ha sido de constante aprendizaje.
“Desde el propio mes de marzo, cuando se detectaron los primeros casos positivos a la COVID-19 en nuestro país, nos reunieron y nos dieron una capacitación sobre la enfermedad, los protocolos que debíamos adoptar y la manera de tomar las muestras. Fue impresionante, pero aun así lo veíamos como algo lejano, que se podría controlar. No fue hasta el brote en Cabaiguán, cuando se deterioró mucho la situación epidemiológica, que por primera vez me enfrenté a la realidad del virus, el fácil contagio y las complicaciones que traía”.
En tiempos de coronavirus, no son pocos los sacrificios. Las semanas de trabajo se le han extendido de lunes a domingo y en ocasiones hasta cerca de las diez de la noche. “Empezamos a hacer todas las muestras por la mañana y a la hora que terminemos vamos y las entregamos en higiene provincial, ahí se dejan organizadas, luego regresamos al laboratorio para dejar las otras que están sin tomar y volver a salir al día siguiente. Trabajamos por semanas, es decir, nos dividimos para que mientras parte del equipo toma muestras, el resto trabaje en el laboratorio, porque este no puede dejar de funcionar”.
Pero, más allá de extremar medidas de protección y aumentar las horas laborales, esta trabajadora de la salud, esposa, madre y abuela, ha debido reajustar, incluso, sus horarios familiares. “Ha sido muy difícil, tengo que pasar semanas sin ver a mi nieto, a mi hijo, todo para cuidarlos. Llego a mi casa, entro por el pasillo y pongo a desinfectar ropa y zapatos en una palangana con agua y cloro. De lejos les digo adiós a los vecinos. Mi vida ha cambiado por completo”.
A rostros amigos, conocidos y hasta familiares ha debido tomar muestra Loida para confirmar o descartar la presencia del SARS-COV-2. “Sufrí mucho cuando tuve que tomar muestras a mis compañeros del Banco de Sangre y más sufrí cuando uno de ellos enfermó. Cuando ves a alguien que conoces es como si el virus estuviera más cerca, como diciéndote que en cualquier momento puedes ser tú”.
Similar angustia siente cada vez que debe tomar muestras a un niño. “Las personas adultas se ponen un poco incómodas, pero te entienden; los niños no, lo primero que hacen es asustarse cuando nos ven llegar vestidos de verde y tan cubiertos que apenas se nos distinguen los ojos. No saben lo que uno les va a hacer, piensan que los vamos a inyectar o a sacarles sangre. En ese momento, uno tiene que seguir los protocolos, no los puedes consentir, ni mimar, apenas los puedes tocar; en fin, es bien complejo”.
En los minutos finales de este diálogo ─al cual casi no accede, porque según ella es todavía una guajira del Troncón que no ha soltado el arique─ se impone una pregunta: ¿siente temor Loida al contagio?
A la interrogante, seguida de un suspiro hondo, responde: “Sí, todos los días. Soy una persona de 58 años, la mayor del grupo y sé que si enfermo puedo presentar más problemas y complicaciones que el resto. Pero pienso que si mis compañeras lo hacen yo también puedo, y así se me pasa cualquier temor. Me da fuerzas saberme útil”.
Loida Leal Martín desconoce hacia dónde la llevará el rastro de la COVID-19 en los próximos días o semanas, qué puertas tocará o qué rostros verá. Solo se centra en ese pensamiento que se repite cada mañana antes de salir de su casa: “No me voy a enfermar, me voy a proteger y voy a ayudar. Esta enfermedad terminará pronto”.