Por: Lillipsy Bello Cancio
El escenario es complejo, la situación está tensa y desde hace ya cerca de un año se escucha hablar cada vez con mayor frecuencia de un virus que tiene al mundo literalmente “patas arriba”, virus que llegó a Cuba también y que ya se ha cobrado no pocas vidas, tiene gente aislada y al Gobierno desvelado con una pandemia que tal pareciera a los cabaiguanenses no les preocupa.
Es cierto que el pánico ha cundido a ratos las calles de este pedazo de Cuba, y digo a ratos porque apenas ha servido para alimentar el morbo del rumor infundado, incierto, que lejos de conmover conciencias y convocar al análisis no hace más que dar tema para el chisme que no pasa de eso: que si a fulanito se lo llevaron, que si menganito se murió, que si el otro está desaparecido.
Pero si con ese mismo entusiasmo que repetimos rumores asumiéramos la actitud que nos corresponde, estoy segura que se aliviarían preocupaciones, se desarrugarían las frentes y los rostros estarían menos, mucho menos constreñidos: una sencilla caminata por nuestra avenida principal, la calle Valle da fe de ello.
¿Argumentos? Creo que bastan: en los cajeros del Banco Popular de Ahorro, un puñado de gente, todos conglomerados ¿qué digo yo a un metro?… creo que ni a 50 centímetros; cualquier tienda de las cadenas Caribe o CIMEX con un montón apilonado en su puerta y ¿en “El Guanche”?, allí, al filo de cualquier mediodía la cerveza convoca con más fuerza que cualquier autoridad sanitaria.
Muchas otras cuestiones no menos preocupantes agravan el escenario en Cabaiguán: el uso inadecuado del nasobuco a pesar de las indicaciones reiteradas de los especialistas, la presencia de niños, adolescentes y jóvenes en las calles y en centros de trabajo, canchas deportivas y parques, zonas wifi y en el DITÚ sin mascarilla o con ella como si fuera un babero, con la nariz descubierta, gente llegando del exterior y paseando y fiestando y sus familias ¡cómo si fueran inmunes, cómo si no les tocara, incluso a ellos primero que a nadie!.
El Estado cubano podrá adoptar muchas medidas, nuestros dirigentes desgastarse tratando de que se cumplan y los medios aburrirnos de repetir y llamar a la conciencia ciudadana, a la cordura y al autocuidado, que si cada uno de nosotros no es consecuente con ese aparente “temor” que provoca el coronavirus, no lograremos detener una enfermedad, letal y altamente contagiosa. ¿O será que tendremos que conocer de la muerte de la prima de mi vecina, o del abuelo de mi amigo de la infancia o de la hermana de mi compañera de trabajo para comenzar a percibir el riesgo al que nos enfrentamos? Ya las fronteras se han vuelto a abrir, las escuelas retomaron las clases, se ha revitalizado el movimiento de las personas entre algunas provincias y se han adoptado un número significativo de medidas, todas con el mismo propósito… ¿no será entonces que se precisa ahora, que gozamos de mayor libertad, una actitud más responsable por parte de cada uno de nosotros?. ¿A qué esperamos para responder? ¿Qué hace falta para que aprendamos a hacer una cola ordenada? ¿Cuántos policías serán necesarios para mantener a los viajeros y sus familiares más cercanos dentro de sus respectivas viviendas? ¿Cuándo vamos a entender que los niños y los abuelos son los más vulnerables y precisan de una mayor protección?
A usted le podrá parecer tremendista este comentario pero si pudiera recordar los hospitales de Madrid colapsados con pacientes en el piso porque ya no alcanzaban ni las camillas… si pudiera ver otra vez a los médicos españoles e italianos entre lágrimas desconectar la ventilación mecánica a un anciano para ponérsela a una persona más joven… si tuviera la oportunidad de inmortalizar los rostros de esos galenos marcados por los equipos de protección después de diez horas de trabajo ininterrumpido o releer la noticia del médico japonés que murió después de 25 días de trabajo continuo en una sala de terapia intensiva… usted comprendería mejor por qué es importante quedarse en casa, no abrazarse, aplazar los besos… dejar para después ese café, la cerveza y hasta unos quince.