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Apuntes del boxeo en Cabaiguán: La Arena Pincho Gutiérrez

Por: Rodobaldo Rodríguez Hernández (Tauro)

Frente a la Iglesia Presbiteriana, en un solar yermo que casi hacía esquina con la Carretera Central, se erigió con medios y recursos sumamente modestos la arena de boxeo “Pincho Gutiérrez”. Corría la primera mitad de la década de los años sesenta del siglo pasado.

El nombre de aquel cuadrilátero rendía homenaje a una persona que había sido un entrenador de reconocida calidad y prestigio en la región espirituana.

Realmente el municipio de Cabaiguán nunca había sido pródigo en cuanto al surgimiento de boxeadores de calidad. La única excepción, sin dudas, fue “Kid Fichique” quien en el boxeo profesional, antes del triunfo revolucionario, alcanzó la faja de campeón nacional en la división de los pesos welter o welter ligeros en el año mil novecientos cincuenta y siete o cincuenta y ocho, no recuerdo con exactitud.

Sí recuerdo que bastaba con que algún golpe del contrario a su cabeza le despeinara su cabello rizado que él lo hacía lacio por el procedimiento habitual de aplicarse el peine caliente (el asesino) para desatar una furia tal que no terminaba hasta el derribo de su contrincante.

La construcción de aquel gimnasio rústico para la práctica del boxeo surgió al calor del ímpetu que cogió el movimiento deportivo cubano desde el triunfo de la Revolución.

De manera que en cuanto estuvo concluida la improvisada instalación, allí comenzaron a llegar los jóvenes cabaiguanenses, deseosos de alcanzar el estrellato en el deporte de los ganchos, swines y esquivas.

No transcurrió mucho tiempo sin que comenzaran a organizarse los carteles de boxeo, que generalmente se celebraban los sábados por la noche. Inicialmente los combates fueron entre los jóvenes cabaiguanenses. Posteriormente a la arena “Pincho Gutiérrez” acudirían a boxear figuras ya conocidas y establecidas en el ámbito boxístico de la antigua provincia de Las Villas.

En el orden personal sólo pude disfrutar de tres o cuatro veladas boxísticas porque, una vez convencido de que nunca reuniría ni el mínimo de condiciones para llegar al estrellato en el béisbol, que era y es mi deporte preferido, opté por una beca y partí de mi terruño en el año mil novecientos sesenta y cuatro.

No obstante, sería una omisión imperdonable de mi parte, no recordar en estos relatos a aquellos humildes campeones que tuvo Cabaiguán, cuyas modestas cualidades exhibieron no pocas veces en el ring de la arena “Pincho Gutiérrez”.

Recuerdo a “La Panterita”Toledo, a Padilla, que era un fajador incansable, que no daba ni pedía tregua, recuerdo también a Pedrito “Metralleta” Roldán.

Siendo un pueblo habitado predominantemente por personas descendientes de españoles y canarios, en Cabaiguán la raza blanca siempre ha sido mayoría. Y el boxeo no fue la excepción: “La Panterita” y el fajador Padilla eran blancos, mientras que “La metralleta” Roldán era negro, su nombre: Pedro Roldán, nacido y criado en el barrio “El Jobo”, el mismo barrio de mi infancia.

Si mal no recuerdo el nombre de “La Panterita” era Nelson Toledo y tenía además el apodo de “Cateto” quien gozaba de cierta popularidad en el pueblo en su condición de instructor de aquellas primeras Patrullas Juveniles, antesala de la Asociación de Jóvenes Rebeldes.

– Pero, ¿tú te vas a meter a boxeador con la quijada que tienes? …..Ah, muchacho, tú estás loco de verdad –no pocos le decían a Toledo, pero éste ya había decidido echar suerte con sus puños.

Del fajador Padilla no tengo referencias más cercanas.

Lo cierto es que en las veladas que disfruté antes de partir de Cabaiguán los vi combatir y ganar a los tres siempre.

“La Panterita” Toledo en sólo unos meses de práctica y entrenamiento se convirtió en un estilista realmente admirable. Conociendo las dimensiones de su mandíbula era capaz de esconderla de forma tal que en muy pocas ocasiones le propinaban golpes en el mentón, que suelen ser muy efectivos casi siempre. En cambio, le hacían tremendo daño los golpes en los planos bajos. Pero no lo vi perder.

El fajadorPadilla no entendía nada de la defensa ni de la guardia en alto para protegerse de los golpes de su rival. No paraba de tirar golpes. Padilla se subía al ring sencillamente a fajarse. Tampoco le vi perder.

Pedrito “Metralleta” Roldán, por su parte, hacía honor a su apodo boxístico porque era capaz de desatar una cadena de golpes de izquierda y derecha a la anatomía de su rival incontenible. Cuando entraba en esa situación ni escuchaba la orden de “romper” que daba el árbitro.

De “La Panterita” Toledo y el fajador Padilla nunca he sabido más nada. En cambio, Pedrito “Metralleta” Roldán ya se nos fue para siempre. Sus funerales coincidieron con una visita a mi terruño. Allí supe que a “Metralleta” Roldán no lo habían noqueado los puños de sus rivales, sino el alcohol y el tabaco. Falleció hace unos cuatro años atrás.

De la arena de boxeo “Pincho Gutiérrez hoy no queda ni el más mínimo vestigio.

El empeño y entusiasmo de sus fundadores quedaron atrapados para siempre en las redes de la indiferencia y el olvido.

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