El rugido de los Verracos, pone en alerta al maquinista, hala la soga para que el vapor salga disfrazado en pitazo, el conductor, orienta a los viajeros.
Por: Aramis Fernández Valderas
-¡Señores pasajeros nos aproximamos al Pueblo de los Verracos!.
La historia paso a ser cotidiana, el embarcadero de cerdos, daba un mote a los cabaiguanenses un tanto incómodo, a pesar de que ya es tan natural, como decirles cangrejeros a los caibarienenses.
Cuando aquello, no había terminal de trenes, solo un maltrecho anden a ras de la tierra y un techo de guano, para que los transeúntes, tomaran un poco de sombra mientras esperaban a las máquinas de vapor para trasladarse de un sitio a otro.
Con el pasar del tiempo, cambió la imagen, surge el denominado paradero, desaparecen los cerdos de los alrededores, se asfalta la calle, nace el hotel Cabaiguán, pero el nombrecito de “verracos”, se queda.
Surge el nuevo ferrocarril central, y se establece una pequeña terminal en el barrio El Jobo, difícil que estaba para tomar los estribos de los trenes, pero tampoco importó, se mantuvo el apodo de “verracos”
Después, no sé quién, pero debió ser un “verraco” enfurecido, o un “verraco” sin cerebro, le dio por cambiar la terminal, para establecerla entre Cabaiguán y Guayos; era como para quedar bien con los pobladores de las dos comunidades y a ver si el calificativo, desparecía.
Nada, va y alguien, con el tiempo crea que para borrar el alias de “verracos” con el que se bautizó a los cabaiguanenses haya que desviar el Ferrocarril Central por Santa Lucía; al fin y al cabo después que el sesudo implantó la actual, cualquier cosa puede pasar, menos, ¡óiganlo bien!, menos quitar el mote, verdad, porque la palabra “verraco” nos queda como anillo al dedo, nadie se pone bravo, y el peor que responde lo hace con una cuarteta:
“El pueblo de los Verracos,
donde los hombres están flacos,
de tanta.. …” Y vamos a dejarlo ahí. para no cometer una verracada.
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