La historia de Cabaiguán trasciende a un pueblo con más de doscientos años de fecunda creación, a través de la cual sus hijos se han ocupado de convertirla en región próspera, de gente laboriosa, inteligente, rebelde y elegante.
Por: Lillipsy Bello Cancio
Orgullosa de una tradición patriótica que la liberó definitivamente el 22 de diciembre de aquel glorioso fin de 1958, exhibe sin pudores la hidalguía del Comandante Faustino, fiel a los más humildes y al Comandante, de firme carácter e inquebrantables convicciones, ejemplar modelo que devino, según lo definiera el propio Fidel: “conducta misma de la Revolución”.
Irredenta y solidaria, esta “tierra de los verracos”, enarbola el valor y la osadía de su insigne hijo, el mambí Jesús Sorí Luna, inspirador y protagonista de tantas batallas, que nació en la finca Cuatro Veredas de este término municipal y engrosó las filas del Ejército Libertador en la Guerra de los Diez Años y la convocada por José Martí en 1895, para construir una sociedad más justa, más floreciente, equilibrada, más apacible.
Por esa misma inquieta, inconforme y creativa capacidad generadora de los que habitamos este pedazo de Cuba es que Cabaiguán posee hoy la única refinería de esta isla tierra adentro, que es, además, donde primero se refinó aquí el crudo soviético, la única del país donde se purifica hoy el crudo nacional y que además produce asfalto para toda la nación, incluidas las zona de desarrollo Mariel y los aeropuertos cubanos.
Pero, por si fuera poco, permeada de una herencia hispánica que se le “sale por los poros”, la cultura cabaiguanense posee un movimiento literario trascendente en el país y allende los mares, con más de doscientos títulos publicados y autores que defienden y sienten a Cabaiguán aunque los separen kilómetros de distancia.
Entre los amores infinitos a esta tierra de hombres y mujeres agradecidos y esforzados, sobresale la presunción de poseer “las mejores tierras”, “el mejor tabaco”, “las más lindas de todas las cubanas”, “los más galantes caballeros”, “las más bonitas casas”, el “único paseo que se extiende a lo largo de toda la carretera central”, “una virgencita vigilante y reverenciada”… el lugar al que siempre queremos volver.
Y es que, son muchos los símbolos que definen a esta tierra de campeones olímpicos, de parrandas patrimoniales, de internacionalistas condecorados, científicos reconocidos, de héroes anónimos que no pretenden más reconocimiento que la felicidad de los suyos… tantos que no cabrían en el reducido espacio que nos ofrecen unas pocas cuartillas.
No es Cabaiguán joya patrimonial a la usanza de nuestras villas fundadoras; no es ciudad antiquísima capaz de desplegar despampanantes episodios de milenaria trascendencia y no puede exhibir hoy su rostro más feliz pues sus hijos han sufrido también el horror de la muerte, las dolencias y las secuelas de esta maldita enfermedad, más, como diría algún colega, hace un tiempo “… sin ser París o La Habana, Cabaiguán resalta por una singular característica: el amor infinito que sus hijos le profesan”.