En tiempos donde pululan los enfermos de la COVID-19, cuando las cifras de muertes se elevan, y el bicho no solo ataca a los adultos mayores, todavía existen contradicciones que si se resolvieran como se debe, pudiéramos al menos intentar la reducción de los infectados
Por: Lillipsy Bello Cancio
“De contradicciones está hecho este mundo”, me decía con mucha frecuencia mi abuela y aunque ni la experiencia ni mi edad me alcanzaba para comprender en toda su magnitud tamaña afirmación, sabía que cada una de sus frases, siempre oportunas, siempre atinadas, siempre veraces, estaba sustentada por varias historias y no menos inquebrantables argumentos.
Y estos tiempos de COVID… estos que ahora mismo vivimos, los de este “no-sé-cuál” rebrote, han venido a ilustrarme, tal y como ella hubiera querido, lo que hace más de tres décadas, mi abuela intentaba explicar a una curiosa niña que comenzaba a descubrir el mundo y a “chocar” con la realidad.
Para comprender lo que aquí afirmo les propongo poner en retrospectiva este último año: recordemos que en 2020 fuimos el epicentro de la pandemia en la provincia, con la que ahora mismo parece una cifra insignificante, devenida incluso una meta a la que quisiéramos llegar; 29 infectados con el nuevo coronavirus parecía un “numerazo” impensable para esta región.
¿Impensable?….. impensable resultaba que ahora mismo estuviéramos lamentando 13 cabaiguanenses fallecidos, trece familias sumidas en el dolor, en la impotencia, en la angustia de no poder consolar al hijo enfermo por la muerte de su madre, a la madre por la muerte del hijo al que le hubiera dado hasta una parte de sí misma para que sobreviviera… al esposo que junto a su mujer perdió el fruto de ese amor resguardado en el vientre de aquella como un tesoro que nunca pudo tomar en brazos, cuidar… besar.
Contradictorio es que por aquellos días no había reuniones, no se hacían fiestas, las playas y los ríos fueron abandonados y la gente se miraba con recelo, apenas se saludaban… aprendimos a querernos más, desde la distancia, de otra manera, agradeciendo la tecnología, abrazándonos sin tocarnos…
Y sin embargo hoy, cuando los casos reportados diariamente no bajan de 70 (salvo excepciones, dado el cúmulo de muestras a procesar en una provincia cada día más enferma), cuando la tasa de incidencia es superior a mil por cada cien mil habitantes y con 73 controles de focos activos, a lo cual hay que sumarle la circulación de cepas más agresivas, más virulentas, más mortales, tal pareciera que la gente no valora su vida, ni la de sus amigos, ni la de su familia…
Cabaiguán contaba, hasta el cierre de esta información, con cerca de 15 cabaiguanenses ingresados en sus domicilios por negarse a hacerlo en una institución hospitalaria, en contra del criterio de los médicos e increíblemente apoyados por sus familiares: y aquí no nos referimos a jóvenes fuertes y sanos (los cuales tampoco escapan, ya lo hemos comprobado, a la muerte o la gravedad)… estamos hablando de ancianos de 84 y 70 años, de personas que viven en zonas tan intrincadas como la Autopista, Santa Lucía o Potrerillo, con comorbilidades preocupantes y patologías que significan grandes riesgos.
Absurdo resulta que nos preocupe más el cigarro que no ha llegado a la bodega que por la indisciplina que presenciamos día tras día en colas, establecimientos y paseos: ¿Qué pensaríamos si no pudiéramos sentarnos en el parque porque una cinta amarilla nos limita el acceso?… preguntémosle a nuestros vecinos placeteños…
¿Qué pensaríamos si esas mismas cintas se repitieran cuadra, tras cuadra, barrio tras barrio?… preguntémosle a los habitantes de Sagua la Grande. ¿Qué sentiríamos si uno de nuestros pequeños, con apenas nueve años, muriese, y no pudiéramos tocarlo, abrazarlo, llorarlo por última vez? Qué sentiríamos al enterrarlo solos, sin amigos en los que sostenernos, sin la madre porque también está enferma, sin la abuela porque también está grave?… vamos a preguntarle a la familia holguinera, de allá de Moa, de la que nos habló Durán … vamos…..
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