Por: Aramis Fernández Valderas
Cabaiguán no tiene malecón para sentarse a mirar el mar, tampoco la Ceiba fundadora de La Habana, ni otros elementos constitutivos de curiosas tradiciones que existen a lo largo de la isla de Cuba.
Sin embargo por repetirse y transmitirse de generación en generación, sentarse en el portal de la Revoltosa sí es una costumbre bien pagada a los pobladores de la ciudad, lo mismo que tratar de no pasar en horas de la noche por debajo de la ceiba de Guayabo o brindar un trago de ron a los santos cuando destapan una botella.
La curiosidad de las tradiciones solo pueden observarla aquellos que no viven en terreno donde se materializan a causa de que quienes conviven en los lugares donde se reiteran, nada le ven de raro.
Tal vez a los habaneros le luzca anómalo que en los campos de Cabaiguán los campesinos jamás cierren las puertas de sus hogares durante el día, o que coman tres veces al día y hagan sus respectivas meriendas aunque la situación económica esté que revienta.
Quien viaja al exterior se da cuenta de la ausencia de vecinos, ellos existen, tienes casa al frente, a los lados, pero rara vez te cruzas con sus habitantes y a lo máximo se cruzan la palabra, hola.
En Cabaiguán no ocurre de esta manera, antes se pasaban de un solar a otro de todo, ahora no tanto, hay carencias, pero lo que si no está por la cuota, ni hay que hacer cola para ello son los chismes que pasan las alambradas, los muros e inundan el barrio, en Cabaiguán las cuadras son libros abiertos.
Las tradiciones de cualquier forma son simientes de identidad y maneras de fortalecer los horizontes de mi pueblo.