En estos tiempos, cuando Cuba vive una de sus peores crisis económicas, las secuelas del bloqueo se sienten por partida doble en casi todas nuestras escaseces, en casi todas nuestras rutinas cotidianas. Pero ese cerco se sufre por partida triple en los servicios de salud
Las dolorosas denuncias de Cuba llueven en todos los escenarios. Valgan solo algunos ejemplos: a los recién nacidos en la isla con fallo renal agudo se les dificultan las diálisis porque resulta imposible adquirir los catéteres con los calibres recomendados, pues son fabricados por compañías estadounidenses; 920 niños y adolescentes con discapacidad auditiva necesitan prótesis, cuya compra se dificulta y encarece por el cerco imperial; Más de 20 000 familias esperan diagnósticos de enfermedades genéticas que no han podido ser atendidas debidamente dada la imposibilidad de acceder a la tecnología requerida.
En estos tiempos, cuando Cuba vive una de sus peores crisis económicas, las secuelas del bloqueo se sienten por partida doble en casi todas nuestras escaseces, en casi todas nuestras rutinas cotidianas. Pero existe un talón de Aquiles donde ese cerco se sufre por partida triple: en los servicios de salud.
¿Qué cubano no ha padecido durante los últimos años la falta de un antibiótico, de Captopril para los hipertensos, de un analgésico que calme el dolor, de la insulina para los diabéticos o de una simple tableta que controle la alergia en estos meses invernales?
Mas, existen faltas incluso peores como las reseñadas al inicio de este comentario o la mencionada por el canciller Bruno Rodríguez Parrilla en la presentación del Proyecto de Resolución titulado “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”, el pasado 2 de noviembre ante la ONU.
Durante esa intervención, contaba el ejemplo estremecedor de María, la niña de apenas seis años, operada de un tumor grado cuatro en el área intracraneal, quien solo ha podido recibir tratamiento alternativo de quimioterapia porque el país no ha podido acceder a la Lomustina, medicamento estadounidense que, junto a otros fármacos de primera línea, resulta el más eficaz tratamiento para su compleja enfermedad.
De tanto escuchar casos similares puede que algunos ya ni siquiera se conmuevan. Desde hace ya más de 60 años el bloqueo decide entre la vida y la muerte de los cubanos, entre la salud y la enfermedad de no pocos coterráneos. En la escala de las peores realidades, después de una guerra debe seguir el bloqueo.
En febrero de 2023, la Revista Cubana de Medicina Militar publicó un interesante artículo titulado “Impacto del bloqueo estadounidense sobre el sistema cubano de salud en la última década”, donde enumeró más de una docena de ejemplos contundentes y concretos.
El Cardiocentro Pediátrico “William Soler” carece del Levosimendán, fármaco empleado en el tratamiento del bajo gasto cardiaco y que solamente es producido por los laboratorios Abbott de los Estados Unidos; el Instituto de Hematología se ha visto afectado al intentar adquirir medicamentos alternativos para niños con leucemias agudas; y el Instituto de Oncología y Radiobiología ha estado imposibilitado de adquirir citostáticos novedosos de producción norteamericana para determinadas enfermedades.
La lista resulta mucho más extensa y, aunque ese cerco intangible pero bien notorio, no constituye la única causa de todas las dificultades que hoy enfrenta la isla, estadísticas reveladas por el doctor José Ángel Portal Miranda, ministro de Salud, dan fe de que solo en este sector los daños acumulados durante seis décadas superan la cifra de 3 386 millones de dólares; y solo entre marzo de 2022 y febrero de 2023 sobrepasaron los 239 800 000 dólares.
Quizás, uno de los peores rostros del bloqueo se asomó durante los más duros momentos de la pasada pandemia de covid, cuando las salas de terapia intensiva se encontraban sobresaturadas y a Cuba se le impidió importar ventiladores pulmonares porque las compañías europeas suministradoras son subsidiarias de empresas estadounidenses.
Precisamente, en los tiempos de esa epidemia, el gobierno norteamericano aplicó exenciones humanitarias temporales a otros países víctimas de sus sanciones; sin embargo, con Cuba no tuvo la menor contemplación: cuando aquí se produjo la avería de la principal planta productora de oxígeno medicinal le exigió una licencia específica a dos compañías de esa propia nación que intentaron suministrarlo y también maniobró para impedir su venta por parte de entidades de dos países latinoamericanos.
Además, sus barreras generaron dificultades y demoras para la importación y arribo de otros insumos y equipamientos médicos imprescindibles en el enfrentamiento del virus, en particular los relacionados con la industrialización de las vacunas cubanas; y, con el argumento de que la empresa transportista era propiedad de los Estados Unidos, hasta impidieron una significativa donación de mascarillas y kits diagnósticos que el empresario chino Jack Ma, fundador de Alibaba Group, deseaba enviar a Cuba.
Entonces, como tantas veces, la isla precisó desplegar su creatividad para desarrollar ventiladores pulmonares de altas prestaciones, cinco candidatos vacunales y tres vacunas, reconocidas por su ya probada eficacia aquí y en otras naciones.
Pero el cerco brutal que sucesivas administraciones estadounidenses han mantenido contra Cuba no solo impide adquirir equipos médicos, tecnologías, medicamentos, reactivos, instrumentales, piezas de repuesto que están protegidos por patentes norteamericanas o que únicamente se fabrican allí.
También impone semejantes talanqueras para las producciones de compañías de otros países, subsidiarias de entidades norteamericanas, a las cuales Cuba tampoco puede acceder; sin mencionar el impacto indirecto y mayúsculo que ocurre cuando priva a la isla de las finanzas que le permitirían adquirir los recursos que necesita en lejanos terceros países a precios exorbitantes, u obliga a sustituirlos por drogas genéricas menos eficaces.
La combinación letal contra la vida y la salud de los cubanos se evidencia igualmente en los obstáculos cotidianos para desarrollar la industria biofarmacéutica nacional; en la imposición de prohibiciones a otros países de exportar a Cuba cualquiera de sus productos, cuando estos suman un 10 por ciento o más de componentes estadounidenses; en los ataques contra la cooperación médica internacional cubana en distintas partes del orbe; y en las presiones contra los posibles inversores extranjeros.
Recientemente, Eduardo Martínez, presidente del grupo empresarial BioCubafarma, explicó que, en el caso del financiamiento para las materias primas, aunque exista el dinero, se presentan problemas en el pago a los proveedores, debido a las negativas de los bancos de trabajar con Cuba.
A pesar de estas lamentables realidades, durante el período revolucionario, en materia de Salud Pública Cuba ha cosechado resultados tan evidentes como incuestionables con sus propias alternativas que van desde la elevación de la esperanza de vida a más de 78 años o la creación de una sólida red de instituciones sanitarias a lo largo y ancho de todo el país, hasta la multiplicación de las universidades de Ciencias Médicas en todo el territorio nacional o la reconocida colaboración médica en el exterior, que ha atendido a más de 1 980 millones de personas y ha salvado unos 8 millones de vidas en el mundo.
El bloqueo económico, financiero y comercial impuesto a nuestro país por los Estados Unidos desde el 7 de febrero de 1962 ha resultado condenado por una mayoría abrumadora en más de 30 votaciones de la ONU. Pero sus tentáculos continúan intactos. Y el sufrimiento, la desesperación, el estrés que cada día provoca en los enfermos y sus familias no aparecerá jamás en ninguna estadística.
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