A doce marzos de su partida física, Hugo Chávez Frías vive en el indígena que aprendió a decir Yo sí puedo, acompaña a la señora propietaria de un hogar y está en la sonrisa de los niños

Por: Alexey Mompeller Lorenzo
Latinoamérica y el mundo esperaban la noticia pero aún tenían esperanzas, esas que curan el cáncer tanto como los medicamentos. En casi dos años de intenso batallar contra la enfermedad su pueblo confiaba en los milagros porque, a Hugo Rafael Chávez Frías, el Mesías de los pobres, se le perdona todo en esta y otras vidas.
Sucedió. Cerró los ojos con apenas medio camino andado frente a la derecha porque hasta su mirada apuntaba un giro comprometido con la izquierda. A las 4:25 de la tarde del 5 de marzo de 2013 enlutó el continente y más allá del Río Bravo o La Patagonia.
Antes de partir al encuentro con uno de su misma estirpe, José Martí, le alcanzó el tiempo para despedirse de Fidel Castro y de los cubanos. No faltaron los abrazos, la actualización sobre temas de política, el agradecimiento a la Isla que lo recibió y juntos aprovecharon para contemplar con un catalejo el deseo convertido en realidad, en una conversación que duró horas. Pasa así cuando el tiempo se escurre entre dos buenos amigos.
No me atrevo a descifrar la última voluntad del impulsor del socialismo en el siglo XXI, menos de alguien que conquistó a su manada de fieles y martirizó a los opositores con la Constitución en una mano y en la otra un crucifijo. Fue de esos hombres que las mujeres perseguían por su carisma y temeridad; y los caballeros respetaban.
El arañero tomó la democracia por su cuenta cuando la década del 90 parecía expirar en Venezuela sin percibirse el soñado boom de libertad. Hizo temblar a febrero y lo logró siete años después de intentar un golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez, en 1992.
Vendrían los retos, las provocaciones, las campañas mediáticas para desestabilizar el país; y él, en su condición de Gigante de América, aplastaba la miseria en los cerros, repartía sonrisas y barría a los reaccionarios mientras forjaba los cimientos de la Revolución Bolivariana que entregó para no arrebatarla jamás.
Doce marzos han transcurrido de la siembra del Comandante presenciada por más de 30 jefes de Estado, dignatarios extranjeros y miles de personas que sabiéndolo inmóvil, lo sentían despierto como en aquellas multitudes que arengó bajo lluvias e indiferencias. Conscientes de su ausencia física le pidieron su bendición. No parece que duerme en el letargo eterno en el Cuartel de la Montaña, donde reposan sus restos. Chávez camina con el indígena que aprendió a decir “Yo sí puedo”, vive junto a la señora propietaria de un hogar, ríe con los niños y está aquí hoy con usted y conmigo.
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