Cuando cualquier cabaiguanense, sienta que la vida lo golpea, que todo es gris, recuerden la voluntad de Chiqui, él ha impuesto sus reglas a las limitaciones y lleva una existencia feliz
Por: Osbel Ramón Díaz Mondeja
Aún lo recuerdo cuando montaba en la guagua.
-¡Mongo, aguántame los burritos!
Y con sus fornidos brazos apoyados cerca de la puerta en la entonces guagua local de un salto abordaba el ómnibus para dar una vuelta junto a mi padre.
Félix Pérez Guillermo, más conocido por «Chiqui» vino al mundo un 2 de enero de 1964 y desde aquel entonces enfrenta la vida con una discapacidad motora que lo hizo depender primeramente de unos soportes de madera y luego en plena adolescencia encontró a su amiga incondicional: la silla de ruedas que lo acompaña por cerca de 40 años en su locomoción diaria.
Félix y Felina sus padres, no tuvieron con él un trato diferenciado en relación con sus otros tres hermanos según me cuenta. Porque a decir verdad fue bastante maldito en su infancia. Jugaba a la pelota y siempre le tocaba hacer «cácher» por su discapacidad, cuando le tocaba batear daba buenas conexiones pero otros corrían por él.
¡Me fajaba arriba de un kilo, porque querían cogerme la baja y de eso nada!
…Yo me arrastra por el suelo y tenía mi técnica para fajarme, los enredaba y en el suelo ya se emparejaba la pelea…Con una sonrisa pícara recuerda estos pasajes de su vida. Al igual que rompía muchos pantalones por el roce con el suelo.
Luego vinieron 8 operaciones en el hospital Frank País de La Habana y el militar de Santa Clara, que aliviaron en algo su situación pero no totalmente.
Chiqui, aprendió a caminar con unas muletas de madera de tres patas y luego apareció la silla adaptada con biela y pedales para utilizar sus brazos.
En su juventud desarrolló una fortaleza en sus extremidades superiores que llega hasta nuestros días de tantos movimientos y de eso dan fe sus más de 70 maratones convocados por el INDER en los que ha participado en su silla de ruedas.
La Avenida Libertad (# 13) donde Chiqui ha vivido siempre no lo olvidará jamás por los tantos viajes de ida y vuelta que a diario realiza. Fue allí el escenario de la jocosa anécdota que relató a carcajada limpia con el sano humor cubano.
…mira a mí me gusta darme unos tragos y las mujeres también. Una tarde cuando venía loma abajo con unas copas para mi casa me entretuve con tres mujeres hermosas que estaban esperando carro para Santa Lucía y de los frenos ni me acordé. Fue entonces cuando como un rayo pasé por frente mi casa y vine a parar en la cuneta de la calle del hospital. Luego entre el susto y fatiga por los golpes escuchaba a los vecinos que fueron a socorrer, aquella frase que nunca olvido. ¡Se jodió el cojo!.
Chiqui, tampoco ha tenido frenos para su constancia laboral. Por más de 33 años su presencia es imprescindible en el taller de discapacitados de Cabaiguán donde realiza la labor de marcador en la confección de útiles sociales. Fue 7 años consecutivos vanguardia laboral razón que le valieron para realizar viajes a Varadero como estímulo.
Él y su silla de ruedas son huella permanente en cada desfile por el primero de mayo y vive con la satisfacción personal de sentirse querido por su pueblo.
Chiqui, nunca olvida a Vladimir, Adolfito y Tomasito sus amigos de infancia, ni a cada uno de sus compañeros de trabajo. Dice sentir una especial gratitud por pertenecer a la asociación que lo ha tenido como hijo.
Nunca ha querido cambiar de silla la cuál se mantiene rodando, gracias a la ayuda de muchas personas en la búsqueda de gomas y piezas.
Hoy cuando ya se acerca a cumplir los 58 años de vida me detengo a reverenciar y felicitar al hombre que con sus brazos y su siempre sonrisa a tenido la capacidad de ganarse el respeto de todo un pueblo.
Gracias Chiqui.