Sancti Spíritus vivió este 25 de septiembre una jornada memorable con la celebración del referendo popular por el Código de las Familias
Con las mismas manos que ha torneado cientos de muebles y ha dado estatura a su familia, el carpintero Tomás Maya Estrada, con su trazo firme, dio el Sí este domingo por un código donde todos tenemos espacio y no se establecen mitades.
“He vivido de aquí para atrás todas las etapas, y no hay quién me haga un cuento”, aclara con su voz octogenaria y dice más: “El que no se acuerde del pasado, de lo poco que importábamos como familia, como seres humanos tiene mala memoria”.
Y sentado, con su cuerpo añoso y enjuto, Tomás hace el recuento de los años 50 del siglo anterior, cuando en casa todos desayunaban mango, almorzaban mango y comían solo un pan al acostarse. Las diferencias, rememora nos apartaban a uno del otro.
En la Cuba, que apostó por la justicia social y la dignidad humana como primer mandamiento, hace más de 47 años, nació una ley sobre materia familiar, un hito en la historia legislativa y social de la Mayor de las Antillas.
El nuevo Código de las Familias, que no lleva visos de ficción y emergió de las experiencias cotidianas a lo largo de décadas, planta con fuerza la bandera del respeto hacia el otro. Se conformó con el oído pegado a la academia; pero, además, a la gente llana y sencilla, que tiene la capacidad de amar y echar afuera el temor, esa máxima cristiana recordada durante estos días.
En el contenido de la ley, sometida a referendo popular este domingo, se encontró “retratada en cuerpo y alma”, como acuña ella misma, Norma Pérez Rodríguez, una espirituana con discapacidad física severa que le impide caminar y que este 25 de septiembre votó por el Sí en su propia casa.
¿Las razones? Desde hace seis meses, una asistente social le ha hecho espantar a Norma las tristezas de haberse quedado completamente sola. Su madre y hermano ya no están; pero queda la otra familia: la asistente y su hijo pequeño que corretea de una punta a la otra de la casa, la vecina que trae la mermelada de guayaba y le endulza los ojos y hasta el corazón.
Todos, de alguna manera, aparecemos en ese gran retrato de familia que es el código, me confesaba hace pocas horas un hombre de fe, que a los 50 años de vida vio a su padre por segunda vez, la única conexión que supo tenía con su madre era la manutención de 75 pesos mensuales para él y dos hermanos más. A falta de ese padre biológico, Marcos tuvo a su abuelo, el horcón que nunca faltó.
Con certeza el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez ha esgrimido: “es imprescindible ponerse en la piel del otro, atender y tratar de sentir lo que sienten las demás personas, las que han sufrido, a las que está orientado este Código: a la niña o el niño sin hogar, a los ancianos con quienes no se cuenta para tomar decisiones trascendentales en el propio hogar que ellos un día fundaron; a la pareja sin descendencia natural, a la persona que tiene orientación sexual hacia una persona del mismo sexo, a la familia armada por el amor que debido a convenciones y a prejuicios es obligada a esconder ese amor”.
Y fue justamente para ello, para convertir el amor en ley, el afecto en ley, para hacer que el amor sea la moda y abrace las diferencias que los espirituanos protagonizaron el referendo popular de este domingo.
No serán el odio, la sal de la demonización y el descrédito, el chancleteo en la jungla de las redes sociales, la tinta que se derrame sobre cada formulación del nuevo Código de las Familias. Como ya se ha dicho, el odio no sabe ser luz, no lo será porque el Código de las Familias es una valiosa conquista de vida.
(Fuente/Escambray)
Publicación Recomendada: