Por Arelis García Acosta (Tomado de radiosanctispiritus)
Que Sancti Spíritus continúe haciendo titulares por los altos números de casos de COVID-19 no es novedad, en tierra, fértil abonada por el irrespeto al distanciamiento físico y a otras medidas higiénico-epidemiológicas, violadas hasta el cansancio, la cosecha tiene que ser esta, no otra.
Los 47 casos reportados al cierre de este 30 de marzo, la cifra más alta registrada en los últimos 21 días, corroboran que la dispersión es elevada y que la provincia no acaba de tomar el camino hacia el control de la enfermedad.
El escenario epidemiológico del territorio espirituano semeja un laberinto: lo demuestran los 144 controles de focos activos; 71 de estos localizados en Trinidad y 36 en el municipio cabecera.
A otra variable debemos encerrar con círculo rojo: el porcentaje de positividad, el cual se incrementa; en otras palabras, a menos muestras de PCR analizadas, mayor cantidad de casos se diagnostican.
Más preocupante aún resulta que un elevado porcentaje de lo confirmados en el mes de marzo no tienen fuente de infección precisada. Directivos de la Salud en la provincia han dicho explícitamente que muchas personas no quieren comprometerse, no revelan nombres de compañeros de trabajo, de vecinos y familiares que hayan sido contactos con anterioridad. En esencia, ocultan información durante las encuestas epidemiológicas de rigor.
Si en este silencio cómplice no les fuera la vida a tantos espirituanos; si no significara el agotamiento de miles de trabajadores de diferentes sectores que han rotado una y otra vez por los centros de aislamiento durante más de un año en extremo difícil; si callar no significara dejar el caso índice, el asintomático transmitiendo la enfermedad por doquier, sumaríamos menos contagiados, seguramente.
Si hiciéramos del actuar responsable un amuleto de salvación permanente, entonces la COVID-19 encontraría terreno vedado en Sancti Spíritus.