Tomado de Escambray
Un medio de transporte seguro, confortable y económico se abre paso a la realidad de los cubanos. De cómo funciona por dentro el tren con coches chinos y de lo que va en contra de sus servicios habla este material
Un rato antes de que el tren se detuviera en la estación de Guayos, vi acercarse a numerosos pasajeros con su equipaje y colocarse en la puerta de salida de mi vagón. Después lo sabría por la propia ferromoza encargada de atendernos: ella se había ocupado de gestionar que la anciana que viajaba junto a su nieta en los asientos del lado contrario al mío no se viera obligada a desplazarse más de lo necesario para acceder al andén.
Yolanda Peña Bencosme, la carismática mujer de Jiguaní que desde 1995 integra las filas de los trabajadores ferroviarios, no tuvo que pedir andén a voz en cuello tras sacar la cabeza por la ventanilla. El de mi viaje a finales de enero era un tren con nuevos coches chinos, todavía en garantía y dotados de gran confort, así como de un personal que demuestra tener muy clara su misión.
“Déjenme decirles, el gorro no está en mi cabeza por pura decoración; con él viene un cambio de mentalidad en este tipo de servicios. Si antes no se sentían de esa forma, sepan que ustedes son muy bienvenidos a bordo”, había dicho Yolanda, entre seria y jocosa, cuando uno de los pasajeros le celebró la prenda mientras ella se presentaba a la salida de Bayamo.
Desde el momento en que me le acerqué tras despedirme de mi hermana, para indagar si el coche a nuestro lado era el No.10, confirmé que se trataba de alguien especial. Cortés, me indicó el asiento, dirigiéndose a mí por mi nombre. “Atención personalizada”, me dije sorprendida.
Ya con el tren en marcha se había parado a mitad de vagón, para saludar e informarnos sobre el viaje, horarios de llegada a cada estación y servicios a bordo: nevera, baños perfectamente equipados, merienda, ventilación, limpieza en caso de algún derrame ocasional. Dijo también que la llamáramos ante la mínima necesidad, incluso si parecía dormida.
Nos asombraron las violaciones que, de acuerdo con su información, ya se han suscitado en algunas travesías. No se puede fumar, pero hay quienes intentan transgredir esa regla y su olfato, que es fino, los delata de manera inmediata. También se viola lo estipulado en relación con el uso de los lavamanos, pues se han dado casos de viajeros empleándolos en el lavado de cazuelas e incluso de los pies…
Hubo advertencias sobre el cuidado del mobiliario, funcional, hermoso y sobrio; y de las cortinas, algunas de las cuales ya fueron sustraídas. Según supimos, también han desaparecido numerosos martillos destinados a quebrar los cristales de las ventanas de emergencia. Solo queda uno en el coche, que por prudencia, dijo Yolanda, está en su poder.
A menos de ocho meses de la puesta en marcha de los modernos equipos, que han venido a revolucionar la transportación de pasajeros por ferrocarriles en Cuba, no está de más ninguna de las alertas. Tocante a los espirituanos, podríamos no contar con acceso a estos coches de no haber sido por la rectificación de una disposición inicial que excluía su parada en Guayos.
Por ello, durante las nueve horas de un viaje cómodo, seguro y económico, desprovisto de cualquier contratiempo, evoqué a dos de mis colegas: Xiomara Alsina, por llamar la atención sobre aquella errada decisión en su material “El tren que se voló Sancti Spíritus”; y a José Luis Camellón, quien en detallada denuncia sobre las deplorables condiciones del tren que cada cuatro días viaja de Sancti Spíritus a La Habana propició una muy necesaria inspección técnica.
Al llegar a casa tenía un mensaje comentando las fotos que publiqué en la red: “Obviamente, ese no es el tren de Novosti”. Sonreí. Y lo confieso con toda honestidad: de no haber sido por el casi insoportable olor a orina en el baño no habría tenido razón alguna para evocar travesías anteriores.
Le creí a Yolanda su afirmación de que vale la pena cada viaje a Bayamo desde su Jiguaní natal, desde hace 25 años. Cuando, ya arribando a Guayos, me puse en pie y caminaba hacia la puerta del vagón, se me acercó y dijo: “Ya la iba a buscar. Pensé que se me había quedado dormida”.