Transcurren los juegos Olímpicos. Ahora mismo es París la capital del mundo. Fanáticos o no, conocedores o no, expertos y no tanto, centran su atención en la “Ciudad Luz” porque allí se gesta el estremecimiento, la emoción, la pasión más genuina diría yo que cualquier ser humano puede experimentar
Por: Lillipsy Bello Cancio
Desde que abrí los ojos, allá por los finales de la década del 70 creo que estoy oyendo hablar de deporte: que si Muñoz, que si Juantorena, que si Stevenson, que si la pelota.
Uno de los recuerdos más vívidos que conservo es el de mi abuela, sentada en aquella pequeña silla de cabilla, tabaco en mano, rodeada de los suyos, cual monarca adorada, disfrutando uno de aquellos entrañables juegos de béisbol entre Las Villas y cualquier otro equipo o entre Cuba y Estados Unidos… ¡daba lo mismo, se trataba de deporte y ese sentimiento hermoso que despertaba entre todos los cubanos y que yo aprendí de mi abuela!
Transcurren los juegos Olímpicos. Ahora mismo es París la capital del mundo. Fanáticos o no, conocedores o no, expertos y no tanto, centran su atención en la “Ciudad Luz” porque allí se gesta el estremecimiento, la emoción, la pasión más genuina diría yo que cualquier ser humano puede experimentar: felicidad y/o tristeza por aquel, por el otro, porque sencillamente de su resultado, en apenas unos segundos, minutos o hasta en horas, dependerá el estado de ánimo de millones, de un país…¡hasta de un continente!
Unos pocos días de competencia han bastado para sacar lo mejor (y lo peor, lamentablemente) de los cubanos… y digo cubanos sin distinción del lugar donde viven, ya sea en la Isla o allende los mares.
¿Cuántos nos despertamos hace algunas madrugada para disfrutar la contundente victoria del jovencito Alejandro Claro (espirituano por demás) en su debut olímpico o la apabullante demostración de superioridad de la dupla cubana de voleibol de playa frente a un Brasil, considerado el segundo mejor equipo según el ranking mundial? Estoy segura que no son pocos los que se cuentan entre los desvelados y que saltaron con cada remate y vibraron con cada golpe.
Contrario a e ello, el domingo creo que vivimos la que pudiera ser la jornada más controversial hasta ahora de esta cita bajo los cinco aros. Un titular en CUBADEBATE resumía magistralmente la noticia:“París Día 3: Perdió Julio César La Cruz, ¡ganó Cuba!”… un criollo que de azerí solo llevaba la camiseta roja, porque es pinareño, cubano, uno de esos emigrados del deporte que no reniega de su tierra y tenía a su rival como su ídolo desde niño.
Ahí estaban las hienas, acechando al de “¡PATRIA O MUERTE!”, regodeándose en el dolor de un país que se debatía entre el dolor de ver perder al suyo, al abanderado, al que nos tiene acostumbrados a ganar, al que no tiene miedo de declarar su firme convicción de patriota con la misma firmeza con que ha derribado a tantos rivales… y el reconfortante sentimiento de que haya sido un cubano, de su misma escuela quien lo haya hecho, representando otra bandera sí, pero respetuoso de su rival, amante de su Isla, orgullosos de haber nacido en Cuba…
¡Ahora mismo creo que el sentimiento más generalizado se concentra en el deseo de ver ganar a Loren Berto Alfonso, una medalla que aunque no cuente para nuestra delegación se sentirá como tal!
Por suerte para los hombres dignos de esa tierra, son menos, mucho menos los de la estirpe del otrora humorista, devenido bufón de una jauría capaz de perder un ojo por ver a sus similares ciegos. Por suerte para la especie humana, somos más los que sabemos reconocer y hasta admirar la derrota, sobretodo si se trata de quien ha regalado tantas alegrías y victoria a este país.
Las Olimpiadas están apenas por la mitad del calendario. Quedan muchas emociones por experimentar, un montón de madrugones por vivir y muchas más alegrías y sinsabores que contar. Sin lugar a dudas la de Mijaín será la noticia: gane o pierda, al gigante de Herradura nadie le podrá quitar la gloria que ha vivido y que nos ha regalado.
Mientras tanto, prefiero quedarme con el abrazo de La Cruz y Loren Berto, con las lágrimas de una Maylín del Toro que cayó ante una rival superior (favorita para ganar la división) y con la dignidad de una delegación, inspirada en su país, en su gente, en su bandera.
Me quedo con los que representarán a otros países pero se enorgullecerán siempre de haber nacido, crecido y aprendido en Cuba: azeríes, españoles, rumanos o estadounidenses por pasaporte, pero cubanos de alma y corazón siempre nos llenarán de admiración.
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