viernes, noviembre 22El Sonido de la Comunidad

De coleras y otros demonios…

Por Lillipsy Bello Cancio

Un fenómeno casi tan pernicioso como el mismo SARS- COV 2 se ha adueñado de los portales de la avenida Sergio Soto de Cabaiguán y de donde quiera que haya un establecimiento donde se vendan (o se pretenda vender) un producto de primera, segunda y hasta tercera necesidad: las coleras.

Y no es que este personaje haya surgido con el nuevo coronavirus; pues para los cubanos es casi un atributo en esa especie de institución que son las colas en esta isla… solo que en tiempos de crisis, donde no hay casi nada, ellas y ellos pululan así como el marabú en tierra de nadie.

Para nadie es un secreto que los turnos para comprar un número en la tienda de productos electrodomésticos en moneda libremente convertible se cotizan hasta en cien CUC, que un pomo de champú por estos días puede costar hasta 15 y si lo combina con un acondicionador el juego completo alcanza el astronómico precio de hasta 25 pesos (No cubanos, no… en CUC)… ¡el colmo! Que las colonias que expendió la red del comercio minorista cabaiguanense a razón de 40 pesos la semana pasada, casi de manera inmediata se expendían puertas afueras de los mercados a 5 CUC.

Pero el fenómeno es más complejo de lo que nadie pudiera imaginar, pues involucra a varios factores, cuyas responsabilidades en muchos casos, están prescritas en ley y en otros legitimadas por la conciencia ciudadana: y aquí me refiero a fuerzas del orden, cuerpo de inspección y al pueblo mismo.

Sí, porque es muy frecuente escuchar aquello de que “Todo el mundo conocen a las coleras” (y digo coleras porque la mayoría son mujeres, aunque ya sabemos que los hombres no escapan tampoco a esta forma de lucrar fácil y abusiva)… y si es así, ¿por qué permitimos que burlen nuestra integridad?, ¿por qué tolerar que cuando nos den el “último”, nos agreguen hasta 15 personas a la cola? ¿dónde queda la experiencia de más de sesenta años haciendo colas?

Ya sé que muchos pensarán que “no es mi problema”, “no me toca a mí”, “para eso está la policía”… y dichos argumentos tienen (y no poco) de validez, pero… es que con estos personajes sucede algo así como con los carretilleros: siempre hay alguien con la suficiente solvencia como para pagar por un turno, llegar fresquito ante las ojeras de la fila y posicionarse como el primero… y entonces, quienes pasaron la noche, o llevan horas bajo un intenso sol sin tomar ni agua, aceptan atónitos, permisivos, ¡en actitud casi cómplice la desfachatez de aquel que hasta recibe impunemente el pago “por sus servicios” sin ningún tipo de pudor ante la multitud que se resigna a rumiar su “mala suerte”.

 Hace unas horas, la Policía Nacional Revolucionaria cabaiguanense advirtió a once ciudadanas de la cabecera municipal que se dedican a esta actividad económica ilícita, prevista en el artículo 228.  1 del Código penal Cubano y que plantea “El  que,  sin  la  licencia  correspondiente  o  no  obstante  existir  una  prohibición  legal  o  reglamentaria  expresa,  se  dedique,  con  ánimo  de  lucro,  a  producir,  transformar  o  vender  mercancías,  o  a  prestar  algún  servicio,  incurre  en  sanción  de  privación  de  libertad  de  tres  meses  a  un  año  o  multa  de  cien  a  trescientas cuotas o ambas”.

¡Claro, que todos sabemos que no son las únicas y todos esperamos que las “advertidas” sean más y las acciones más sistemáticas y el enfrentamiento más efectivo!, pues si bien es cierto que la presencia de la policía en las colas los últimos cuatro meses ha sido innegable, también lo es el hecho de que el desafío que significan estas multitudes no ha sido, en todos los casos, vencido!… organizar colas, no es lo mismo que neutralizar coleras.

Entonces, así como defendemos nuestros derechos ante el mostrador, y en la misma medida que exigimos la atención que merecemos como clientes, estamos obligados a ejercer nuestro deber ciudadano de denunciar… a los inspectores, con el mismo valor que les encarga la autoridad que los embiste para multar a un bodeguero por permitir la presencia de una mosca en un tanque de aceite, deberían enfrentar más enérgicamente a quienes lucran a costa de la necesidad de un pueblo y las carencias devenidas de una crisis…a los agentes del orden,  con esa misma atribución que les confiere el deber de velar por el cumplimiento de una ley, y respaldados por la confianza de un pueblo, les corresponde la acción oportuna, sistemática, eficiente, que no quede en la advertencia y que los decomisos a unas pocas se conviertan en embargos a todo aquel que intente abusar de la gente… sólo así lograremos que en río revuelto no haya ganancia para los pescadores.    

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