viernes, noviembre 22El Sonido de la Comunidad
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Días feriados y… ¿festivos?

Cristianos, judíos y musulmanes, de acusadas diferencias en todos los órdenes sociales, tienen un elemento cultural común: el disfrute de un día oficial de descanso en la semana (correlativamente, domingo, sábado y viernes).

He aquí, entonces, el por qué histórico del domingo como día habitual de receso para los cubanos y, en la propia cuerda religiosa cristiana, el comportamiento indeseado de muchos de ellos, desde entonces, tras escuchar las admoniciones apodícticas recogidas en los versículos 16 y 19 del Capítulo 3 de Génesis del Antiguo Testamento bíblico: (…) “Parirás con dolor a tus hijos” (…) y (…) “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (…).

La historia de los llamados días feriados se remonta a los siglos XII y XIII, con el auge del comercio continental europeo. Las ferias ofrecían a los comerciantes la coyuntura de vender y comprar numerosos bienes suntuarios, sometidos a la oferta y la demanda de entonces.

Además de asistir a las ferias los propios productores y comerciantes, cada vez más acudían a ellas los artesanos agremiados, quienes se ganaron el derecho a participar en dicha actividad mercantil: de aquí la denominación de días feriados.

Nuestro Código de Trabajo, en su artículo 94, concede a los empleados, bajo la denominación de días de conmemoración nacional o de feriados, un total de nueve (4 de conmemoración nacional y 5 de feriados), todos ellos de receso laboral, amén del Viernes Santo de cada año, como día adicional de descanso retribuido.

También remarca en su artículo 98 los denominados días de conmemoración oficial, fechas de trascendencia histórica, pero en los cuales no recesan las actividades laborales, como sí en aquellos otros.

Muchos trabajadores consideran todavía insuficiente el descanso logrado, en franco repudio al conjuro del versículo 19 del citado texto cristiano, a pesar de los 52 domingos inhábiles del año y los 30 días naturales de vacaciones anuales pagadas, y, con la aquiescencia administrativa y la complacencia sindical en su consecución, se apropian de otros a los que denominan festivos.

¡Numerosos son los días festivos!

El sábado 14 de febrero, Día de los Enamorados, del año 2015, una biblioteca municipal, caudal de conocimientos, enclavada en feraces tierras tabacaleras, no abrió sus puertas al público en razón de mantener unidos en el hogar a las parejas integradas por sus trabajadores. Supongo que es una institución cultural hebrea.

Los lectores que aguardaban por su servicio, entre ellos el que escribe, quedaron varados en la acera.

Más allá de saetas arrojadas por Eros y Cupido, y las pasiones amorosas desencadenadas, como las de los amantes de Teruel, o las de Romeo y Julieta, en el clásico shakesperiano, o de frailes pronunciando el magno sacramento del matrimonio canónico en la noche medieval, el Día de los Enamorados, con su favorable desbordamiento conceptual y acentuada distinción en nuestros medios de difusión, no califica, ni siquiera, como día de conmemoración oficial en el Código de Trabajo; sin embargo, deviene en día festivo.

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, goza de tutela legal conferida por el citado artículo 98, en su inciso c) del propio Código, status que lo dignifica como día de conmemoración oficial, pero, juiciosamente advertido por el mismo precepto, en su última oración, que en la fecha no recesan las actividades laborales.

Esto en la letra, pero no pocas entidades estatales lo celebran como festivo, y sus féminas, gracias a la comunión anímica de administración y sindicato, además de las flores obsequiadas y el reforzamiento alimentario de la ocasión, son dispensadas de concluir las faenas laborales del día.

Ciertamente honrar, honra a quien lo rinde, pero también, la cortesía no le resta a la valentía: el reconocimiento a nuestras mujeres es merecido pero la liberalidad solivianta la disciplina social.

Veamos en el orden económico el gasto en que pueden incurrir los centros de trabajo que fomentan tales liberalidades.

Supongamos que solo 100,000 trabajadoras en el país (en realidad, la cifra ronda el millón), perciben como tarifa horaria 1.18 cup (la mayoría de aquellas, en verdad, ocupan grupos salariales más altos en la escala), según regla el Anexo Único de la Resolución Número 6 de 21 de marzo de 2016, del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, con sus adecuaciones salariales para el régimen de trabajo de 40 horas semanales (son pocas las entidades acogidas a dicho régimen de trabajo), y el consentidor empleador estatal las libera de las obligaciones laborales ese fausto día dos horas antes de finalizarlas; si así fuere, se incurriría en un pago salarial de 236,000 cup, sin respaldo productivo o de prestación de servicio alguno.

¡Pálido reflejo de la realidad! ¡Pero es mucho más!

Pero el meollo del asunto estriba en, ¿quién va a exigirle a estos directivos soliviantados por la violación de la legislación laboral vigente?

La respuesta es solo una: ¡Nadie!

Lo lamentable es que dichas conductas, además de resquebrajar la precaria disciplina social de la población y dentro de ella, la de los trabajadores, erosionan, por añadidura, el presupuesto estatal y menoscaban la legalidad socialista.

Pero aquí no terminan los días festivos.

El 31 de diciembre adquirió la condición de día feriado con la promulgación del Decreto-Ley 254 de 2007, refrendado por el vigente Código de Trabajo; antes de este rango, era festivo, ahora ese status lo legó al 30 del mismo mes. ¡Sí!

El 30 de diciembre, antevíspera de fin de año, con su prolongado receso laboral en lontananza, los empleadores, de consuno con sus trabajadores, ajustan ritmos productivos o de servicios, condensan horarios de trabajo, consienten ausencias a las labores, en el último día hábil del año que fenece, a manera de plácida transición hacia el anhelado asueto.

Pero no terminan con este la relación de los días festivos.

Singularísimo es el que no registra el calendario oficial pero que irrumpe en cualquiera de los 365 días naturales del año: el del cumpleaños de los trabajadores.

Como efecto dominó, aquí, allá y acullá, el advenimiento al mundo exterior, el lejano y doloroso alumbramiento, sentenciado en el versículo 16, tercer capítulo del primer libro bíblico, a manera de exorcismo liberador, es conmemorado por el signado.

Ese bendito día, las horas hábiles para los celebrantes se esfuman, o acortan, según el caso, y abandonan, bajo sentidas felicitaciones y enhorabuenas de compañeros de trabajo, los deberes ocupacionales, sin descuento salarial alguno.

¿Llegamos a concluir con esta relación? ¡No!

Una nueva figura de día festivo se va abriendo paso solapadamente en aquellas entidades que laboran de lunes a viernes, que han adecuado a lo largo de la semana las horas hábiles para completar, en dichos días, la cifra oficial exigida de 44 horas semanales: en muchas de ellas, no se trabaja los viernes vespertinos, al menos, varios de sus trabajadores se ausentan del centro, alternando con otros a la semana siguiente.

Me pregunto: ¿Serán de fe musulmana? ¿O es que todos los viernes son santos?

Pero peor aún son las celebraciones, por supuesto en calidad de días festivos, que acontecen a lo largo del año, promovidas por la veintena de sindicatos nacionales, donde a cada uno corresponde un día particular de recordación.

Baste rememorar dos: los días de los trabajadores de los sectores jurídico (8 de junio) y de la construcción (5 de diciembre).

En el primero cierran las notarías y los registros civiles en días hábiles (también clausuran el 4 de julio, día del trabajador de la administración pública); en los segundos, se paralizan parcialmente obras en ejecución y los locales destinados a labores administrativas quedan vacíos (lo mismo ocurre el día del arquitecto y del ingeniero civil).

Para ellos no existen días hábiles o de conmemoración oficial (con apego a la ley), ¡sólo Días Festivos!

¡Y quién sabe cuántos más surgen de ocasión en ocasión en otros sectores!

Considero que los días festivos son expresión de una epidemia (con ribetes de pandemia) que nos azota desde hace un buen tiempo: la ergofobia (del griego ergo, trabajo y fobia, aversión).

Si bien es cierto que es una enfermedad multicausal, difícil de curar en breve tiempo, también creo que una medida profiláctica (las autoridades sanitarias sociales se resisten a aplicarla) para su prevención es eliminar tantos días festivos.

Así son los días festivos, presentes en número no desdeñable en centros de trabajo; discurren bajo las pupilas veladas por guiños consensuales administrativos y sindicales.

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