En más de 700 días vividos bajo el cerco de la pandemia se ha padecido y aprendido de todo: protocolos, aislamientos, contagios, muertes, vacunas… Dos años después la covida sigue al acecho
Ni cuando el estornudo del turista italiano enrareció el microbús donde iban camino a Trinidad quienes lo acompañaban se contagiaron de la más mínima de las sospechas. Solo Mayra Malvar Águila, la turoperadora que los guiaba en el recorrido La Habana-Cienfuegos-Trinidad, compartió por lo bajo con Lázaro Nova Sánchez, el chofer, lo que sería en horas la jarana más seria del mundo: coronavirus.
Y luego la advertencia de los dueños del hostal trinitario de la tos persistente del señor; la ida para la Clínica Internacional de Trinidad; el traslado al Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí; el aislamiento de todos en el Hospital Provincial de Rehabilitación Faustino Pérez; las noticias…
En la noche del miércoles del 11 de marzo del 2020 la emisión del Noticiero Estelar de la Televisión Cubana confirmaba lo que ya se venía padeciendo en el resto del mundo: “Tres de los cuatro turistas resultaron positivos al nuevo coronavirus”, rezaba la nota.
Empezaba entonces para Sancti Spíritus y para Cuba toda a narrarse la historia de una pandemia que obligaría a contar y vivir una vida otra: la de convertir hasta los centros educacionales en hospitales para el aislamiento de casos positivos y sospechosos, la de permanecer meses y meses a puertas cerradas, la de las heroicidades del personal de salud en la denominada Zona Roja, la de las consultas en los policlínicos, la de los nasobucos obligatorios, la de los contagios por todos lados, la de las zozobras y las certezas.
Pareciera que fue ayer, pero desde entonces han pasado más de 700 jornadas y la covid nos sigue cercando hasta los días de hoy.
EN TENSIÓN
Cuando en los cubículos del Hospital Provincial de Rehabilitación comenzaron a ingresarse las personas sospechosas de padecer la covid se creía que con aquellas 42 camas inicialmente habilitadas daría abasto para atender —y contener— los contagios. Mas la pandemia iría propagando otras certidumbres. Obligaría, además, a ir readecuando protocolos, a incursionar en tratamientos, a poner a prueba la responsabilidad de todos.
Días después de la confirmación de los italianos, se reportaba uno de los primeros espirituanos contagiados. Era Nancy Benítez, la arquitecta trinitaria a la que parecía derrumbársele la vida.
Lo contaba entonces a Escambray a sabiendas de que hay secuelas que solo resana el tiempo: “El daño más grande que tengo es psicológico. Las personas que nos hemos salvado de la COVID-19, que es una enfermedad muy dura, tenemos que recuperarnos de esto. Es una victoria volver otra vez”.
Fue una de los más de 1 500 espirituanos que se infectaron en el primer año de la pandemia. Porque la covid fue delineando las jornadas de acuerdo con la curva de contagios y si en los primeros seis meses no llegaba al centenar de confirmados en la provincia y solo se habían enfermado una docena de niños, cuando el 8 de septiembre del 2020 los expertos reportaban el inicio del primer rebrote en Sancti Spíritus se irían multiplicando los enfermos y los riesgos.
Al punto de que desde septiembre del 2020 y hasta marzo del 2021 los pacientes sobrepasaban el millar, los casos positivos en edad pediátrica superaban los 200 y los fallecidos fueron ocho personas. Las estadísticas oficiales iban computando una realidad que, a la postre, se superaría con creces y vendríamos a saber, luego, que sería solo el inicio de los picos exorbitantes por venir.
Sobrevendría la dispersión de los pacientes por todos los municipios de la provincia, las cintas amarillas colgando de cuadras y cuadras en los pueblos, el curso escolar impartiéndose en los televisores de las casas, el teletrabajo probándose e imponiéndose, las camas para intentar aislar a todos y sin dar abasto, los médicos y las enfermeras viviendo días de 25 horas y más…
Así lo reveló la doctora Nara Ailec Ruiz Merino en el tiempo aquel en que casi vivía en un centro de aislamiento: “Desde que decidimos ser médicos elegimos, más que una profesión, un estilo de vida”.
Ha sido el día a día de no pocos: la porfía por ganarle la partida a una pandemia que muchísimas veces nos ha puesto en desventaja.
LA CIENCIA, LA SALVACIÓN
Ahora que se mira en retrospectiva la pandemia que se ha vivido todavía duele en presente. Sobre todo, lo acaecido el pasado año, cuando las cifras de espirituanos enfermos rebasaron hasta las capacidades hospitalarias.
La circulación de la variante delta del SARS-CoV-2 tensó no solo el sistema de salud sino también a la familia. Porque el virus se propagó puertas adentro y afuera de las casas como una onda expansiva que alcanzó a los que se protegían y a los que no, a los niños y a los ancianos, a los que tenían más patologías y a los sanos… y agravó a todos sin discernimientos.
Acaso los tiempos más cruentos ahora que se repasa fueron los meses de agosto a noviembre. Si en agosto se creía que los más de 500 casos positivos reportados el 21 de ese mes era un número de espanto, las jornadas sucesivas confirmarían, desgraciadamente, que a la cima estaba aún por llegarse.
Y este periódico daba fe de la semana más funesta de la covid: del 22 al 27 de agosto se computaron 4 226 casos y murieron 23 espirituanos, según los datos oficiales. En septiembre, por su parte, se rompía el récord de diagnosticados en una jornada: 1 126 y en el décimo mes del año iría de a poco descendiendo la cuesta de los enfermos.
Al panorama epidemiológico lo agravaba además la crisis que enfrentaba la isla con el oxígeno medicinal, el colapso de las capacidades en las instituciones sanitarias, el agotamiento de las pruebas diagnósticas de la covid, la evolución tórpida de una enfermedad que en días provocó el fallecimiento de familias enteras.
Se buscaron entonces soluciones innovadoras para que las instituciones continuaran “respirando”, se crearon hospitales en otros centros como el Instituto Politécnico Armando de la Rosa o la escuela primaria Federico Engels, se probaron nuevos tratamientos, se buscaron fórmulas para salvar…
Cuando Sancti Spíritus vivía el pico pandémico había ido avanzando lentamente la vacunación anticovid. Del ensayo iniciático de los candidatos vacunales con el personal de la Salud y trabajadores de BioCubaFarma, meses después —cuando la ciencia cubana tuvo aprobado el uso de emergencia de sus vacunas— se progresó a la inmunización de la población. Primero, fue el municipio cabecera y paulatinamente se irían incorporando el resto de los territorios.
Como vuelta de hoja podría escribirse hoy entonces: más del 98 por ciento de los espirituanos están vacunados —de ellos más de 70 000 corresponden a la edad pediátrica— y una cifra considerable ya tiene hasta la dosis de refuerzo.
La apuesta de la ciencia, si se mira ahora, ha ido haciendo el milagro de la salvación. Mas, 700 días después de convivir con la pandemia pesan similares dolores: las personas que enferman, las nuevas variantes —hoy es ómicron mañana puede ser otra—, la precaución que no puede dejar de contagiarnos, las muertes que son menos pero laceran igual… Han sido dos años de lecciones, de adaptarnos a la eufemística “nueva normalidad”, de aferrarnos. Y tendremos que seguir aprendiendo a vivir así con los mismos sobresaltos.
Tomado de Escambray.
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