viernes, noviembre 22El Sonido de la Comunidad

El amor de los cubanos en tiempos del Coronavirus

Por Lillipsy Bello Cancio

Cuando de enfrentamiento a una “situación extraordinaria” se hable de ahora en adelante en cualquier rincón de eta isla bella habrá que referirse obligatoriamente a la pandemia de Coronavirus que azotó al mundo (y que también llegó a Cuba) y que sin lugar a dudas ha colocado al 2020 como uno de los años más tristes de la historia de la Humanidad.

Y es que pocos tenían confianza en que se pudiera cumplir aquella advertencia primera que alertaba “¡Nada de besos! ¡Cero abrazos!” y que los cubanos asumimos con una disciplina casi estoica por aquello que nos define en lo que a cariños y muestras de amor se trata… pero lo hicimos, lo logramos y a pesar de que hasta hoy se nos amarra la garganta cuando escuchamos a la sobrina desde el otro lado de una línea telefónica decir: “Tita, te extraño, te amo”, nos aguantamos las ganas y la prudencia dicta el distanciamiento.                                                                 Distanciamiento que por cierto (y por suerte) tiene apellido, y no por casualidad es “social”, sí porque lo de los afectos, eso sí que nadie nos lo puede quitar, porque ¿qué es un cubano sin amor?, ¿cómo se le arrebatan a un genuino hijo de esta tierra la emoción que le provoca su bandera o el suspiro que le exige la sonrisa de un pequeño o la lágrima que le hurga el sentimiento ante la imagen de la muerte de alguien que incluso no conoció?…

Los de aquí buscamos ¡y hasta descubrimos! en las voces de siempre, en las fotos más viejas, en el recuerdo obligado, y por estos días hasta en los “retos”, esos que han inundado las redes y que lo mismo obligan a desempolvar imágenes en otro momento impublicables, hasta colocar una bandera en el techo de la casa o hacer de las nueve la hora del reencuentro con esos vecinos que durante el día apenas vemos y todo nada más por unos aplausos, la fórmula ideal para gritar, al mundo, más que a alguien en particular un “te quiero”, un “cuídate”… o ese ya casi obligado esperanzador “¡nos volveremos a encontrar!”.

A los nacidos en esta isla bella, o al menos a la gran mayoría, se nos han despertado un montón de aptitudes que no conocíamos, ni tan siquiera teníamos la idea de que convivían con nosotros, y si no ¿qué me dice usted de esa ornada de artistas que se le han salido a nuestras casas de todas las edades, manifestaciones y orígenes sociales?

Pero esta especie de recogimiento también ha servido, paradójicamente, para el reencuentro con esa familia a la que apenas veíamos porque el trabajo no nos dejaba tiempo, para armarnos de mejores y más sólidos argumentos para comprender a la adolescente que ni sabíamos que estaba en casa y la seguíamos tratando como si tuviera siete todavía, pero también nos ha servido para valorar más el esfuerzo ajeno, el desvelo y la actitud desinteresada, altruista y casi temeraria de unos pocos que entre trajes blancos, verdes, amarillos, azules, desafían la muerte por cuidar otros, por educar multitudes, por organizar colas, por trasladar “muestras” muy peligrosas o personas que pueden estar enfermos o limpiar espacios que pudieran estar infectados….               

¿Cómo no respaldar, entonces, el sentimiento más sublime de todos, ese que llama “PATRIA” y que ha obligado a la reverencia hasta a los más recalcitrantes detractores?, ¿Cómo explicarle al tan tristemente y hasta ridículo personajillo que se hace llamar Ota Ola y que desde Miami incita a un cacerolazo contra el régimen a las nueve de la noche que esa hora, ahora mismo, es sagrada en esta Isla? ¿Cómo le hacemos para que aquellos que hoy nos tildan de estúpidos, vislumbren por qué creemos con fe ciega, sí, en un Doctor que cada día, de lunes a domingo y a las once en punto informa, aconseja, reitera, con la paciencia de un padre, la sabiduría de un abuelo, y lo que es más importante, con un amor infinito a millones que él no conoce, pero que lo conocen a él?

Los cubanos somos, por sobre todas las cosas optimistas, alegres, revolucionarios, por eso también esperamos que aquellos, más temprano que tarde, puedan comprender por qué es que a toda esta Isla la han desvelado  una enfermera santa clareña que cumplió misión en Venezuela; o un bebé de nueve meses que nadie ha visto pero que tuvo sufriendo a todos hasta que salió de la gravedad, o la joven madre que llega a casa tras largas jornadas en el IPK y que no puede abrazar a sus hijos.

Como también a lo mejor llegan a comprender por qué mientras el mundo contiene el aliento y resulta imposible predecir las consecuencias de la pandemia, Cuba es noticia por el trasbordo de más de mil pasajeros y tripulantes confinados en un buque fantasma varado en el Caribe, o porque más de una veintena de brigadas médicas lucha por la vida en todos los continentes, o porque miles de padres despiden a sus hijos cada mañana y aguardan con el corazón en la mano el regreso de su futuro médico que sale a pesquisar, a escudriñar, a encontrar enfermos, o porque su gente, solidaria y firme, en medio de esta crisis, llora, sonríe, educa… salva                       

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