!Carro del helado!, gritaban los muchachos y el barrio entero venía a refrescar la vida.
Foto: Archivo por Leopoldo López Heredia
Creo que la canción que anunciaba la llegada del camioncito era la Polonesa. Cuando se escuchaba aquella pieza por el altavoz del vehículo, todos los muchachos de las cuadras de Cabaiguán dejaban lo que estaban haciendo, si el juego de bolas, o el chucho escondido. Salían disparados a pedir dinero a los papás y de ahí al mostrador de aquella nevera andante que traía desde paleticas hasta pintas de helados de disímiles sabores.
Aquellos camioncitos Hinos, de los que aún quedan algunos dando vueltas para otros fines eran la alegría del barrio, cuyos habitantes de forma económica refrescaban los veranos como este el cual se torna más caliente por los elevados precios, lo mismo de los helados criollos que los potecitos ofertados en moneda libremente convertible.
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