Por: José Miguel Fernández Nápoles
La verdad que la forma en que se vivía en nuestro querido pueblo de Santa Lucía (asentamiento poblacional de Cabaiguán en la actual provincia cubana de Sancti Spíritus) cuando yo nací, (en febrero se cumplirán 70 años de tal acontecimiento) era muy diferente de la actualidad.
Las personas, a pesar de la indiscutible miseria que había, eran muy solidarias con los vecinos y no era extraño que un niño saliera con una lata vacía de leche condensada por el barrio:
-“Dice mi mamá que si le puede prestar una latica de arroz que ella se la devuelve enseguida”. Y si el otro la tenía, podías contar con eso porque la palabra empeñada era de fiar, más que una firma ante notario hoy día.
Pues yo había ido a buscar uno de esos mandados a casa de Cholo Caraballo y Arelia, escuché una algarabía en la vivienda de una familia de por allá atrás, conocidos por Los Chavetas, era un apodo, nunca supe su origen y enseguida salí corriendo a ver qué pasaba.
Resulta que los Conesas, que eran sus vecinos de enfrente y siempre estaban inventando, porque eran muy luchadores y además familia numerosa, trajeron, Dios sabe de dónde, una caja de madera con una colmena y la dejaron por allí cerca de la loma de serrín que se apilaba del aserradero de los Caraballo.
Tite Chaveta tenía una chiva amarrada por allí cerca y al animal, nadie sabe cómo, se le ocurrió meter la cabeza en la caja de madera, parece que en busca de la miel; la soga con que estaba amarrada no era gran cosa, la reventó y salió para la casa de su dueño dando unos saltos y unas cabriolas que parecía poseída por el diablo.
Ni cortos ni perezosos los habitantes de la casa, entre los cuales se encontraba Felina, la madre y el resto de los hermanos, se subieron encima de la mesa, gritando que la chiva tenía rabia.
Acudieron entonces los vecinos y cuando pudieron tranquilizar al atormentado animal, con la presencia de todos los mocosos del barrio, entre ellos yo, se dieron cuenta que tenía una buena cantidad de aguijones de abejas en las orejas y el resto de la cabeza.
Desde ese día aprendí dos cosas sobre los chivos: les gusta la miel de abejas y que no les da rabia, pero pegan unos saltos, que parecen investidos por satanás cuando las abejas les encajan el aguijón.