No hay guajiro, por lija que se dé, ni por urbe a la que se mude, que no lleve en su interior, debajo de la piel y enterrado en el corazón, esas cosas tan sencillas que conformaron su paisaje en la niñez.
Foto: Archivo
El pilón del arroz o el café, el molino para desgranar maíz, el rancho para los productos y herramientas, el caucho cortado a la mitad donde se alimentan los cerdos, la barra del arado. ¿Guajiro, has podido olvidar tus raíces?
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