El cobro de los jubilados en las instituciones bancarias y en CADECA de Cabaiguán constituye una prioridad del sector. Buscar alternativas más viables que garanticen mayor prontitud y menos espera en las colas para los jubilados es una tarea que necesita de una mejor organización

Por: Lillipsy Bello Cancio
Si de algo se comenta por estos días en cualquier esquina, centro de trabajo u hogar de este Pedazo de Cuba, desde hace algún tiempo (más del que quisiéramos) es sobre las carencias de todo tipo que condicionan la vida de los cabaiguanenses: eso y los altos precios… pero hay un tema que afecta la vida de uno de los grupos más vulnerables, que además está a la vista de todos y al que casi nadie le dedica una mirada profunda: el “vía crucis” de los jubilados a la hora de cobrar sus pensiones.
Y digo “vía crucis” porque a pesar de las alternativas implementadas en bancos, correos, cajas de ahorro y la casa de cambio (CADECA) de Cabaiguán para aliviar o facilitar el proceso, no deja de ser un calvario para los ancianos el acceso al dinero (bastante exiguo, por cierto) que tanto necesitan para sufragar las pocas necesidades que pueden garantizar con este.
Basta realizar un recorrido por las instituciones que corren con esta responsabilidad los días que nuestros ancianos salen de casa a cobrar sus chequeras: colas multitudinarias, portales y aceras congestionadas, algunos más orientados que otros y por suerte, no pocas manos amigas que se detienen a orecer una explicación, orientar un trámite o socorrer a quienes lo necesiten.
Es cierto que se han implementado variantes como la del servicio a domicilio (limitado ocasionalmente por la falta de carteros), que el poquito de combustible con que cuentan los bancos lo guardan para esos días, que tienen prioridad y se les reserva el dinero, pero, en honor a la verdad, no ha sido suficiente… no es suficiente.
Nuestros abuelos madrugan sin importar la frialdad de esta época del año y el peligro que ello entraña para su salud, no toman en cuenta (porque no tienen opciones) que el apagón de la madrugada y la oscuridad que reina a esa hora no pegan con la lógica torpeza de sus años y la precaria situación de nuestras calles y aceras… algunos incluso se acuerdan que no se han llevado a la boca ni una tacita de café cuando a media mañana la fatiga los estremece.
Pero, por si fuera poco, la situación aquí descrita se agudiza para los de Jíquima cuando se les va la corriente y ni a la caja extra tienen acceso porque allí hasta los teléfonos fijos “se mueren”, o para los de la caja de la avenida Sergio Soto que no tienen grupo electrógeno, y a veces pierden todo un día a la espera de que se les haga la luz y tienen que regresar a casa con los bolsillos vacíos y el alma deshecha.
En CADECA, la cuestión muestra un escenario aún más preocupante: a lo aquí graficado, agreguémosle que cuentan con una sola cajera (de dos posibles), que debe, además, alternar con los depósitos de efectivo y la adquisición y recarga de las tarjetas CLÁSICAS.
Es este, entonces, el punto justo donde vale la pena detenerse y cuestionarse: ¿por qué no retirar este servicio hacia los servicentros o ampliarlos a los bancos para decongestionar la CADECA? En lo que se completan los parques solares fotovoltaicos y mejora el servicio eléctrico en el horario diurno, ¿será muy difícil o muy descabellado volver a nuestros sistemas anteriores: imprimir nóminas y que estos la firmen? Creo que sería mucho más fácil y económico adquirir hojas, impresoras y lapiceros que vislumbrar la angustia del abuelo que entre Los Pinos, Santa Lucía y Cabaiguán gastó los pocos “pesitos” que le quedaban, con el propósito de cobrar su jubilación y la de la esposa enferma en casa para regresar, pasadas las cuatro de la tarde con la cartera ocupada solamente por la preocupación de cómo hacer para garantizar la comida de esa tarde y volver a su “misión” al día siguiente. El reconocimiento a una vida entera dedicada al trabajo no puede ser un calvario que, por demás, se repite un mes tras otro. Ni tan siquiera el descanso eterno debía ser “vía crucis” para quienes dejaron sus mejores años en una fábrica, en un aula, en un surco de este pedazo de Cuba. Es este y no otro el momento para recordarles que su cruz es también nuestra y que ahora nos toca cargarla… o al menos, acompañarlos. No es la nuestra una sociedad dispuesta al destrato de sus viejos. No nos podemos permitir semejante ingratitud.
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