Asegura Aurelio Luis Rodríguez Cabrera, un hombre que ha compartido sin miramientos sus más caros secretos de la percusión con los alumnos que lo hacen crecer
A Sancti Spíritus lo trajo la casualidad y nunca más se fue del todo. Ha viajado por muchos otros lugares, pero una y otra vez regresó a este sitio donde el amor lo conquistó.
Primero, la escuela, los alumnos, las experiencias incipientes de quien enseña aprendiendo. Después, también, una mujer con quien formó la familia que comparte hasta hoy y le ha dado el fruto de un hijo que, sin embargo, se inclinó por los deportes y la Medicina; no tiene nada que ver con la música.
Él, Aurelio Luis Rodríguez Cabrera, se siente espirituano como el que más y de Camagüey le quedan, acaso, los recuerdos de infancia y el lugar de nacimiento en el Carné de Identidad. Aquí ha cultivado amigos y sueños y ha visto pasar por sus manos a cuanto muchacho se ha inclinado por el mundo fascinante de la percusión durante más de 40 años.
Cuando se asomaba la década de los ochenta del siglo pasado, aquel joven menudo culminaba sus estudios en la Escuela Nacional de Arte como egresado de nivel medio superior y recibía la misión de cumplir su Servicio Social en predios espirituanos.
Llegó con las expectativas propias de la edad y los deseos incesantes de tocar que lo acompañan a toda hora: al despertar, durante el día, antes de bañarse, a la hora de dormir. Un músico las 24 horas, le digo y sonríe con esa humildad que lo distingue, igual, de principio a fin.
“Inauguré la Cátedra de Percusión. Fue un golpe del azar. Cuando aquello la escuela no estaba ubicada aquí, sino por la Tienda de La Habana. Había pocos niños y solo algunas especialidades: Percusión, Piano, Trompeta… Ahí fueron mis pasos iniciales en la docencia”.
¿Recuerda aún a sus primeros alumnos?
“Sí, claro. Por ejemplo, Boris, hoy pianista de los Van Van, fue alumno mío. Al principio era estudiante de Percusión. Y otros que ahora están en orquestas nacionales o en el extranjero. Eran tiempos muy buenos.
“Yo llegué con otros profesores jóvenes, con muchas inquietudes. Y empezamos a pensar en hacer los géneros que entonces le gustaban a la juventud y creamos un grupo que se llamaba Maisinicú, que era de la Nueva Trova.
“Terminé el Servicio Social y hubo un período en que no estuve directamente en la escuela, aunque seguí dando clases, cuando no estaba tocando. La docencia nunca la dejé por completo. Empecé a trabajar en la recién creada Escuela de Superación Profesional, para impartirles clases a los músicos que había en la provincia y no estaban graduados, muchos tocaban de oído. Entonces tuve la experiencia de empezar a dar clases para adultos. Comencé a conocer a los músicos de aquí y varios se graduaron”.
Pero usted viajó por otras ciudades y países…
“En un momento determinado el grupo se trasladó a Varadero y estuve un tiempo trabajando allí para el Turismo. Después me fui para La Habana. Allí también tuve mis alumnos, repasaba a los que iban a hacer el pase de nivel, porque ya había adquirido cierta pericia en eso. Algunos eran incluso de aquí de Sancti Spíritus, iban y los ayudaba. O sea, la docencia nunca la dejé. Luego empecé a tocar con (Juan) Kemell y La Barriada, viajé al extranjero…”.
Cultivó sus virtudes musicales —extraordinarias— y triunfó. Pero otra vez el azar lo trajo de vuelta a Sancti Spíritus. Una diabetes repentina le resintió la salud y le aconsejó refugiarse en la tranquilidad que esta tierra le ofrece. Entonces Leticia Orsini, quien dirigía la Escuela Elemental de Arte Ernesto Lecuona, reclamó sus saberes.
“Empecé de nuevo, me fui enamorando de esto y aquí estoy. La docencia siempre me persiguió”, dice Aurelio, sentado ahora en un sencillo buró de su aula estrecha, donde se agolpan tumbadoras, tambores, güiros, bongós y la batería, el instrumento que más le gusta.
Una de sus alumnas llega de paso y el profesor aprovecha para halagar su talento y sus deseos de convertirse en una profesional de la percusión. “Va a ser buena”, reafirma y la pregunta se cae de la mata.
¿Cuál es su método: maestro o amigo?
“Uno va personalizando la forma de dar las clases, trato de ser amigo de ellos, preocuparme por algún problema que tengan, los ayudo. Y cada alumno es diferente. Un método que te da resultados con un niño no te da con otro. Solo les insisto: hay que superarse; en la medida que dominas la técnica, tocas mejor”.
¿Les ofrece todos sus secretos o se reserva alguno?
“No, no, yo los comparto todos. Algunos músicos tienen ciertas cosas que no quieren enseñar. Yo nunca guardo nada. Tampoco sentí nunca que lo hicieran los profesores que me impartieron clases a mí. Todo lo que les puedo enseñar a ellos para que el camino sea más corto, se los enseño. Te digo, es una satisfacción que un alumno te supere”.
Muchos profesores, incluso de esta escuela, han migrado hacia otras profesiones y destinos, ¿por qué se ha quedado usted?
“Este es un trabajo que conozco y que me gusta. En el colectivo soy uno de los profesores más viejos y es como una familia para mí. Soy una persona a la que le cuesta mucho trabajo cambiar de lugar. Aquí me siento bien.
“En Sancti Spíritus he pasado más de la mitad de mi vida. Me parece que no me acostumbraría a otro sitio. Aquí tengo amigos, salgo al parque, voy a la Uneac. Toco con la Banda de Música, la Orquesta de Cuerdas Espirituanas. También tengo un proyecto aquí en la escuela”.
En este tipo de enseñanza las dificultades materiales golpean, pero Aurelio prefiere no quejarse de más. La mayoría de los instrumentos para sus lecciones han sido restaurados por él mismo, que es también especie de luthier “reparalotodo”. Anda siempre, como dice, “cacharreando”, poniendo un parche donde se rompe, innovando, porque las manualidades de todo tipo le fascinan.
Sus buenas maneras, su sencillez, su sabiduría… pudieran resultar cartas suficientes de triunfo. Pero, bajo la manga, Aurelio guarda otro as: el ejemplo.
“Yo tengo 62 años y toco todos los días. Recuerdo un consejo que me dio un músico viejo. Me dijo: ‘Mira, tú dejas de tocar un día y te das cuenta tú; dejas de practicar dos días y ya todos dicen: Oye, fulano está mermando’. Tienes que practicar todos los días, no la percusión, cualquier instrumento.
“A los alumnos trato de buscarles cada día cosas nuevas para motivarlos. Toco con ellos a menudo. Si hay un concierto, ahí estamos. Se integran a la banda, comparten con los niños de otros proyectos; siempre los tengo ocupados”.
Y la música, ¿qué es para usted?
La música es una cosa sin la que ya no podría vivir. Es algo que me gusta y que disfruto enseñar. Forma parte de mí prácticamente. Cuando toco me siento realizado.
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