Ya el almanaque da la vuelta y vuelve a ser 13 de agosto, un agosto más candente que muchos otros. Fecha en que se cumplen 96 años del natalicio de Fidel Castro Ruz
Por: Lillipsy Bello Cancio
Es 13 de agosto: cada año por esta fecha la pienso más que de costumbre… hace apenas unos pocos días logró sofocarse el incendio más terrible del que se tenga memoria hasta hoy. Desde la primera noticia se me antoja lo que me estaría diciendo: “¡ahorita aparece ahí! ¡Tú verás cómo se pone un traje de bombero y coge una manguera y él mismito le va pa arriba!”… así era mi abuela… así veía a Fidel….
Y así me lo enseñó a mí, a mis primos, a sus hijos, a los hijos de los vecinos… y por eso cada imagen de las que sufrimos los cubanos estos días me remontaban a ese líder histórico de la Revolución Cubana, al que nos enseñó a levantarnos de todos los revés, al que se subió primero al Granma, al que entró primero en el Moncada, al que no le temió nunca al más feroz enemigo, ni al más increíble de los fenómenos naturales.
Y lo vi allí, sí… tal y como cuenta un poema que anda rondando por estos días las redes sociales, y lo imaginé al lado de los suyos, ¡al frente de los suyos!: ordenando, disponiendo, escuchando, aprendiendo…¡venciendo!
Estoy segura que le hubiese dado alguna que otra recomendación a Humbertico, más de un susto a Abdiel y más de un abrazo a Lizandra, que se hubiera echado la prensa bajo el brazo y hubiera puesto a correr a no pocos por aquello de que Fidel era impredecible.
Mi Comandante hubiera compartido lágrimas con los familiares, con su mano firme pero tierna (esas manos que hasta hoy no se me despintan y tanto me gusta mirar), habría acariciado a más de una madre desesperada, hubiera escudriñado hasta en el más recóndito conocimiento de cada médico, queriendo saberlo todo, tocarlo todo, constatarlo todo…
Fidel hubiera apagado todas las candelas: la de los hidrocarburos, la de la gusanera, la de la incertidumbre de un pueblo que huía pensando que allí en Versalles no quedaría nada… incluso aquella en la que se metieron quienes brindaron ayuda y dejaron que se les quemara en el fatuo bloqueo.
¡Y me hubiera encantado disfrutar las historias que estoy segura no escaparían a la sagacidad de mis colegas!: la de su encuentro con los pilotos que volaron no sé cuántas horas desafiando hasta la lógica misma; o con Ariel, el matancero que durante días trasladó familiares y personal médico en su auto (particular, por cierto) sin cobrarles un centavo; o con los empresarios, artistas, deportistas que salieron a compartir lo que mejor saben hacer sin preguntar cuánto me van a pagar; o con los amigos mexicanos y venezolanos que se la jugaron ahí, en la caliente, donde valor y coraje se confunden con temeridad y nacen los héroes… o con el jovencito que desde hace tres meses, cuando estalló un hotel y murió cerca de un centenar de cubanos, decidió que si de salvar vidas se trataba era mejor ser bombero… Por eso en medio del dolor, la incertidumbre, en medio de tanto apagón y tanta angustia, saber que su mejor discípulo, ese que les nació a Miguel y a Aida pero que terminaron de formar él y su hermano Raúl, ese que llora como un niño cuando describe aquella tarde en la que Santa Clara le confirmó su lealtad al Comandante eterno de esta Revolución tan suya, tan nuestra, el mismo al que se le quiebra la voz al saber que uno de los suyos sufre o se encabrona con la falacia del desagradecido… estuvo ahí, como él… y nos lo devolvió, y lo sentimos: viril, pujante, rebelde…
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