El Manual de Urbanidad sería necesario establecerlo como una asignatura principal, primero en el hogar y luego en los centros educacionales y de trabajo

Por: Daisy Pilar Martín Ciriano
Mucho se comenta hoy en día de los correctos hábitos educativos de las personas de la tercera edad y mucho más. Muchos afirman que la severidad y el ejemplo de la familia fueron fundamental para la educación de sus hijos, pero en realidad estos hábitos eran los que también recibían en la escuela, aquellos que alcanzaban algún estudio.
Resulta muy curioso que por aquellos tiempos nadie osaba llegar a un lugar sin realizar el saludo, o tener un desliz y no pedir disculpas. Lo cierto es que para muchos en la actualidad las palabras: gracias, disculpe, permítame, por favor o simplemente perdone, están borradas de la conciencia.
Y si bien conocen los hábitos higiénicos, pues desconocen los hábitos de respeto y cortesía.
Hoy viene al papel una breve historia de un guajiro que fue jocoso, trabajador, honesto y educado, a pesar de carecer de la más elemental educación escolar ya que apenas cursó los primeros grados. Lo cierto es que Filiberto Beltrán, un personaje popular de Cabaiguán, atesoraba un pequeño librito conocido como Manual de instrucción, y del cual recogió sus buenos modales y costumbres, incluyendo las normas higiénicas elementales.
Y cuentan sus hijas que este pequeño libro se convirtió en una pieza de cabecera de consulta diaria de Beltrán desde su juventud. Y al hojearlo se aprecian señalamientos en determinadas páginas, como para enfatizar en su memoria cada enseñanza.
El pequeño texto en cuestión cuenta con seis capítulos, los que hoy parecen irrisorios al leerlos: Deberes morales, Capítulo I, Deberes para con Dios; II De los deberes para con la sociedad, II Deberes para con nuestros semejantes y IV Deberes para con nosotros mismos.
Por su parte la Urbanidad consta también de varios capítulos que van desde el aseo diario hasta en el cuerpo, habitaciones y vestimenta hasta parra con los demás. En el capítulo III se describe la conducción en la casa, incluyendo hasta los deberes hogareños, con vecinos y familiares. Lo cierto es que el ‟librito‟, hojeado por muchas veces recoge ya en su final hasta la forma de comer diferentes comidas y el uso de cubiertos, tanto en público como en privado. Y ahora decimos, que por esas enseñanzas fue que los adultos mayores aprendieron a comportarse tan bien.
Lo cierto es que la educación comienza en el hogar, y no hay que estudiar las páginas de un libro para comportarse correctamente o para enseñar a sus hijos el respeto y la cooperación. En la actualidad se ha dejado de la mano esta tarea y se afanan en otras menos educativas y menos útiles para formar hombres y mujeres cultos y de bien. Ojalá se imprimiera de nuevo el Manual de Urbanidad, pero sería necesario establecerlo como una asignatura principal, primero en el hogar y luego en los centros educacionales y de trabajo. Agradecidos de la familia Beltrán Marcos por preservar esta joya literaria que data de 1926.
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