Contagiarse con el SARS-CoV-2 y quedarse en casa supone una mayor dosis de responsabilidad de todos: desde el enfermo que no debe descuidarse hasta del personal de la salud que debe velar por ellos como si estuviesen en una cama de hospital. Ingresos domiciliarios: puertas adentro y para afuera, responsabilidad
No es lo mismo quedarse en casa que ingresarse en el hogar. De lo primero a lo segundo existe una diferencia que se mide, si ello fuera posible, en PCR positivo y en contagio con la COVID-19 y eso basta para plantar un abismo insondable. Porque una cosa es permanecer en la vivienda para aislarnos y protegernos de enfermar y otra muy distinta es aislarnos en casa porque ya enfermamos.
Ni todos los que enferman se quedan en el hogar ni todos los enfermos que ingresan en casa cumplen todas las medidas como si verdaderamente estuvieran en un centro asistencial. Hay de cal y de arena.
En teoría —y se cumple en la práctica, según refería el doctor Manuel Rivero Abella, director provincial de Salud—, los contagiados con la COVID-19 que se ingresan en el domicilio son los pacientes asintomáticos o que presentan síntomas leves y que de padecer determinadas patologías estén compensadas, además de tener condiciones en el hogar.
Hoy en tal régimen de aislamiento permanecen en la provincia más de 500 personas y podrían ser muchas más. Sobre todo, si se sabe que la curva de contagios sigue creciendo exponencialmente de jornada en jornada y los ingresos domiciliarios en tales condiciones han venido a ser más bien un remedio ante el probable colapso de las capacidades institucionales.
Pero pasar la COVID-19 en casa no debe significar desentendimiento, ni por parte de los enfermos ni del sistema de Salud. En los protocolos, que no siempre se cumplen al pie de la letra por todos, se establece el seguimiento diario por el médico del consultorio, la realización del PCR en el momento que corresponde, la entrega de Nasalferón… y fuera de ellos sucede, a veces, que no todos los días se pasa visita en casa como la Medicina manda, que se puede dilatar el examen de PCR o que, ante la baja cobertura de Nasalferón como han reconocido las propias autoridades sanitarias, no siempre está disponible el medicamento.
Toca a cada cual hacer lo que le corresponde, porque no es para justificar y sí para recordar: los médicos que deben asistir a los que ingresan en casa son los mismos que llevan sobre sus espaldas muchísimas responsabilidades como la atención de las embarazadas y los menores de un año; el engranaje para la vacunación con Abdala en los lugares donde se esté llevando a cabo; el seguimiento a los encamados; los que entran de vez en vez a zona roja…
Y se trazan estrategias sanitarias para que la estancia en la casa con COVID-19 no sea como pasar un catarro común. Lo decía Rivero Abella: “De los oxímetros de pulso que han entrado a la provincia pretendemos entregarles a las áreas de Salud y crear equipos compuestos además por especialistas en Medicina Interna que se incorporen al pase de visita en el ingreso domiciliario para lograr que el médico vea al paciente como si fuera en el hospital.
“También se pretende habilitar números de teléfono para que las personas puedan informarse, por ejemplo, de su PCR o llamar ante cualquier empeoramiento de sus síntomas”.
Pero mientras se implementa y da frutos, puertas adentro no pueden relajarse ciertas normas: usar el nasobuco en todo momento —desde los enfermos hasta los convivientes—, individualizar los utensilios de uso doméstico, desinfectar las superficies con frecuencia, no poner un pie fuera de la casa. Y, al menos, en este último punto supone de la coordinación también de los factores de la comunidad para acercarles a los enfermos cuanto haga falta sin salir; de lo contrario, volveríamos a caer un el ya conocido círculo vicioso.
Porque no hemos de olvidar que meses atrás, cuando se apeló al aislamiento domiciliario —que en aquel momento no incluyó a los casos confirmados con el SARS-CoV-2—, lo que parecía un paliativo supuso un mal mayor: incremento de los contagios por violar el imperativo de permanecer a puertas cerradas. Mas, según las autoridades sanitarias, al menos hasta hoy no ha supuesto el mismo bumerang.
Lo demostraba el doctor Carlos Ruiz Santos, director del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología, con un argumento: la mayoría de los que permanecen ingresados en el hogar no han generado contagios intradomiciliarios. Tal vez, porque una vez que se saben enfermos intentan no exponer a los demás miembros de la familia.
De la puerta para adentro se esgrimen no pocos criterios: que si es mejor pasar la enfermedad en la comodidad del hogar que ir para un centro de aislamiento, que si alguien tiene que salir obligatoriamente para resolver, que si no siempre hay quien te alcance un medicamento, que si hay médicos que hasta te auscultan diariamente y otros que solo preguntan cómo estás, que si uno se protege más y a la familia estando en casa…
Mas, lo cierto es que contagiarse y quedarse en casa supone una mayor dosis de responsabilidad de todos: desde el enfermo que no debe descuidarse hasta del personal de la salud que debe velar por ellos como si estuviesen en una cama de hospital. La vida está en juego.
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